Isaac Newton escribió una carta a Robert Hooke con fecha de 15 de febrero de 1676, en la que daba muestras de humildad, una rara avis en el carácter de un genio, al confesarle a Hooke: “Si he visto más lejos es porque estoy sentado sobre los hombros de gigantes”, haciendo clara referencia al legado de sus predecesores. Es una frase que recorrió siglos y sirvió para que Hawking, quien llegó en su trabajo a un callejón sin salida, mucho espacio y tiempo después, homenajeara a aquellos gigantes del pasado que fueron legisladores para la Humanidad, en un escueto libro. Los gigantes fueron relámpagos cuya luz nos asombra a los amantes del conocimiento (ahora denominados “frikis” o “nerds”), alumbrando la inocencia y la ignorancia de la tierra. Sin embargo, la sociedad actual va por otro camino. En realidad, siempre es un camino dirigido, aunque por momentos, aparentemente, parezca ir a la deriva. Son malos tiempos para aplicar la recta razón cartesiana o el empirismo de Hobbes, incluso en el mundo de la física o la astronomía. En la época posmoderna se intenta superar la Ilustración, fabricando otros modelos de pensamiento: el postestructuralismo rompió cualquier signo de figura o estructura; la lógica difusa que está perfeccionado la IA, no entiende de valores absolutos; la mecánica cuántica fabrica formas contradictorias de estados y posiciones; el colisionador de hadrones descubre materia y antimateria dentro de un mismo objeto físico pero invisible para nuestros sentidos; la neurociencia fija su atención exclusivamente en lo cognitivo y eso deriva en la relevancia que se da al entorno, al lenguaje, a lo cultural, como mecanismo de transformación, olvidándose por ejemplo de los mitos, lo simbólico, la religión, al modo de Cassirer; el arte vive en el progresismo acelerado de lo abstracto después de las vanguardias, etc. En resumen, durante la segunda mitad del siglo XX, tomó fuerza una nueva simbología que destruía la fuerza de la simbología anterior en la que habían creído los gigantes. Actualmente, se ha manifestado.

El segundo culto a la juventud viene determinado por un auge del constructivismo social de finales de los años sesenta (primer culto a la juventud), que ensalza el valor de los movimientos sociales, en contra de todo determinismo o esencialismo: la contracultura que a sí misma se otorgaba la supremacía de la cultura y la intelectualidad. Una ingeniería social inocula un marxismo cultural prefabricado, como en tiempos de Mao, y “la lucha del pueblo” retorna con fuerza como un leit-motiv novedoso, en el que la revolución se hace necesaria. Ya no son tiempos para aplicar la recta razón, la inmoralidad y el relativismo campan a sus anchas en un movimiento anárquico global, meramente emotivista. Se trata de superar la Ilustración con emociones y pseudociencia, desbancando figuras como la de Kant, quien proponía eliminar la angustia vital con la utopía de la ejecución de los fundamentos morales, es decir, instando a que los gobiernos se deshicieran de la esfera eclesiástica, y aplicaran con rigor la Ley. Pero las leyes son ahora papel mojado y caduco, que huelen a fascismo y naftalina, que buscan oprimir la libertad del pueblo.

La sociedad actual supera la angustia vital con hedonismo, está pendiente del espectáculo, ensimismada en su propia inmundicia volátil, enalteciendo lo feo, lo dañino y lo grotesco. Ahora los jóvenes de 20 tienen ídolos de 20, no de 30 o 40. El respeto a los mayores no existe, sino que son los mayores los que se contagian de ese mundo de Peter Pan de los jóvenes. El periodismo se vendió como todo al mercantilismo, dando la razón a Marx, quien decía que todo trabajador se convierte en mercancía, en objeto diseñado para producir y perpetuar el modelo capitalista, en este caso, un modelo de escarnio intelectual y moral. La crisis no ha nacido como un modo de control económico, sino como modo de corrupción moral, como experimento diseñado para hacernos pensar de otro modo. Se trata de desbancar un modelo diseñado por los gigantes, para entregárselo a los infantes, con la finalidad de hacernos comulgar con algo mucho más grande. En este punto entra en juego el concepto de “mente adolescente”. La mente adolescente es profundamente emotivista, así que siempre que se apele a sus emociones, a cómo se siente o cómo hay que sentirse, se la habrá capturado: No importa quién eres, sino cómo te sientes. Tampoco tiene un pensamiento formado, una filosofía, porque no ha madurado lo suficiente. La mente adolescente se configura biológicamente entre los 12 y los 18 años, pero puede alcanzar los 40, o incluso toda la vida. (Véase: “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”) Depende de la configuración de la personalidad y la instrucción que haya tenido el sujeto, fundamentalmente. El adolescente vive en el caos, está en constante cambio, su personalidad y su cuerpo fluyen, no tiene autodominio, es símbolo de la auténtica anarquía. Su identidad es como la del gato de Schördinger, no es consciente de que se contradice, y si se le intenta hacer ver que incurre en una contradicción, se rebelará contra el gigante de Hermes Trismegisto, sin pestañear. Es proclive a la violencia, en él cala fácil el discurso del odio. Cualquier tipo de disciplina u orden, es interpretado como opresión. No escuchará y no se callará ante nada. Siempre tiene una respuesta irresponsable e impetuosa.

España se volcó con prisa en esta transformación global, en esta segunda venida del culto a la juventud, tras el disparo de salida que dieron los Estados Unidos. Los miembros selectos del espectáculo (Mass Media y Gobierno) auparon un discurso del odio en tertulias de farándula, más tarde, de fútbol, que derivaron en tertulias de políticos enfrentando ideologías contrapuestas. La mente binaria tenía que caer fulminante en una guerra mediática de irracionalidad, de quien discute y se enerva moviendo un peón blanco, y quien, a su vez, hace lo propio, moviendo un peón negro. Pero en la que nunca hay un jaque mate. En esas tertulias, comenzó a entrar en juego el populismo (falacia ad populum), quien vence cualquier discurso, haciéndose pasar por bueno, por una oveja más del redil que siente y ve las cosas como los demás. El espectáculo daba un giro y se hacía peligroso, porque el populismo atrofiaba el modelo de pensamiento de la sociedad, instaurando el veneno de lo políticamente correcto. Este veneno va paulatinamente matando el espíritu crítico, disociándose de la realidad, porque prohíbe decir la verdad. El populismo, además, desde posturas utópicas, vierte figuras ideales inalcanzables a la sociedad como: la libertad, la justicia social, la inclusión absoluta, etc. haciendo creer a los que poseen la mente adolescente que son alcanzables. Se adueña de la verdad, su verdad, que permite que ellos puedan mentir o incurrir en contradicciones, sin que ocurra nada. La mente adolescente funciona así. Ella puede hacer algo mal y decir que está bien, y contraatacar victimizándose, diciendo que tú hiciste algo peor en otra ocasión. La permisividad y la falta de disciplina, la sobreprotección del Estado democrático, hace que la mente adolescente crezca y se sobredimensione, convirtiéndose en un pequeño dictador. Si los miembros selectos del espectáculo te dan la razón, fundamentada en la irracionalidad, legislan a golpe de arrebato adolescente, grito, gruñido, moco, mueca… la mente adolescente entiende que su posición es la correcta, y todavía gritará con más fuerza. En resumen, la lucha de un pueblo que persigue todo lo que nunca jamás ha podido conseguir en la historia de la Humanidad, de pronto, es un novedoso leit-motiv que engancha a los que poseen la mente adolescente, y auspicia dándoles un terreno fértil, pero baldío de racionalidad, donde todo es posible, para desbarrar dentro de una lógica capciosa montada por los miembros selectos del espectáculo.

Es por esto que, si Newton viviera hoy en día, podría enviar un Whatsapp a Hooke, y decirle que no puede concentrarse a pesar de estar recluido en su despacho, que todo lo que ha logrado es nada, porque esta época se ha entregado a los niños, a las turbas vociferantes universitarias, como ocurrió en la no-revolución de mayo del 68. Así pues, aquel genio pierde el tiempo buscando un lugar mejor donde sus descubrimientos o sus investigaciones sean valoradas, en donde dominen los principios de mérito y capacidad por encima del enchufismo, el atajo, el carisma o la simpatía. Un lugar feliz donde la virtud flote y prevalezca sobre todas las cosas, donde crean en el talento y no vean en él un número de seis cifras. Sin embargo, Newton no se resignaría, tampoco se quejaría, lucharía para entregar al mundo lo que Dios le dio, a pesar de que seguramente pudiera estar en serios problemas. En el árbol no habría manzanas o lo hubiesen talado, y el mensaje podría decir así: “Hoy vi a un niño que llevaba una corona de oro y rubíes, y gritaba con furia endemoniada dándole patadas a su padre,… y pensé que si no he podido ver más lejos es porque sigo sentado sobre los hombros de infantes”.


David Ortega (Bilbao, España, 1981). Es licenciado en Filosofía con Master en Filosofía teórica y práctica, UNED. Para el autor, este es un espacio crítico y reflexivo sobre el mundo contemporáneo. El nombre de la su columna “Ex professo” alude a una locución latina que se emplea también en español con el significado de a propósito, con intención, deliberadamente.

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