Las películas de Disney salvaron mi infancia. Lo recordé viendo la nueva versión de La Bella y la Bestia en el cine, una hermosa adaptación de la película original estrenada en el año 1991, un año después de mi nacimiento. No recuerdo la primera vez que la vi, pero sí recuerdo haberla visto muchísimas veces. Tenía una edición original, en Betamax, aparato fundamental en las casas de todos los nacidos entre los años 80s y 90s. Contaba con una gran colección de películas de Disney, siendo La sirenita y La Bella y la Bestia mis favoritas.
seguiré creyendo que la bondad de lo imaginario no es capaz de componer el mundo, pero sí es capaz de salvar a la gente de una infancia completamente rota.
Pensé en muchas cosas cuando supe que estrenarían una nueva versión en 2017. Primero, me parecía perfecto que el papel de Bella fuese para Emma Watson, quien se hizo famosa gracias a su papel de Hermione Granger, otro personaje fundamental durante mi infancia y parte de mi adolescencia. Segundo, pensaba en todos los episodios de mi niñez que iba a recordar al verla. Muchos de esos episodios no iban a ser buenos, pero ver la película sería una buena manera de activar esos recuerdos. Sabía que al escuchar el soundtrack, al ver los vestidos y las guerras, recordaría también las batallas libradas en mi hogar fuera del televisor, recordaría a las “bestias” que hicieron de mi niñez un lugar no tan agradable.
Cuando había gritos, cuando hacía ruido, cuando algo no estaba bien, allí estaban las películas de Disney. La Bella y la Bestia representaba, al menos para mí, un ejercicio de compasión. Yo quería creer, en mi universo de niña de 6 años, que las bestias no eran tan bestias y que la maldad no lo era todo. Me quedaba absorta, viendo las películas, coloreando, coleccionando barajitas para álbumes conmemorativos, queriendo tener loncheras y morrales con el rostro de Bella. No me gustaban las princesas de Disney porque yo quería ser una, me gustaban porque me hacían pensar en otra cosa durante un rato, me hacían sentirme como lo que realmente era: una niña de 6 años. No importaba nada más. Afuera de las películas: la exigencia de crecer, la exigencia de entender que sí, que en el mundo real sí había bestias sin rastros de humanidad. Yo no quería creer en las bestias, no tan rápido, no así. Así me amarré a mi infancia lo más fuerte que pude, a través de mundos coloridos hechos para niños como yo, hechos para que siguiéramos creyendo en algo.
Disney me dio un lugar en el mundo, y viendo las películas hoy, a mis 26 años, lo agradezco. Veré todas las adaptaciones, volveré a ver todas las películas originales, creeré por unas horas en las sirenas, en los leones que hablan, en las narices que crecen y en la compasión de los venados. Recordaré, sí, los gritos, el caos, el maltrato, pero también recordaré lo que me salvó. Volveré a ser niña por un rato siempre que pueda, volveré a la burbuja que me protegió de las bestias y seguiré creyendo, por sobre todas las cosas, que la bondad de lo imaginario no es capaz de componer el mundo, pero sí es capaz de salvar a la gente de una infancia completamente rota.
Como siempre Oriette, maravilloso. Yo me salvo al leerte. No tienes idea de cuántas veces me has salvado.