Vivimos tiempos convulsos, más o menos como siempre. La historia no ha cesado ni cesará nunca en su empeño por colisionar las fuerzas ideológicas primarias. Sin embargo, algo destacable de nuestra época, la del siglo XXI, que ha cruzado el puente de la posmodernidad hacia una deriva futurista tipo Blade Runner, es, sin duda, lo que ya advirtió Ortega y Gasset hace casi cien años: La deshumanización del arte. El arte es un artefacto, un simulacro que nos identifica a propios y a extraños; nos devuelve una comprensión de la transparencia, de lo que no resulta elemental o fácilmente comprensible. Ese fondo de permanencia que vincula nuestras facultades a un todo participativo. zerkalo-tarkovskiNo obstante, la atención se nos fue, se nos va, ya no es nuestra, no es hacia el humano, hacia otro ser humano que nos devuelva una comprensión genuina de nosotros mismos, sino a la imagen refractada y magnificada por los demás de nosotros mismos. Es la consolidación irreversible de un modelo de pensamiento nuevo modelado por la tecnología, las redes sociales y la fotografía. No es la fotografía de Cartier-Bresson, en la que el arte humanista seguía latiendo en cada fotograma, sino la de la imagen introyectada del espejo. Una imagen separada en un espejo opaco. No es tampoco la imagen tarkovskiana del espejo, símbolo ancestral de la comunicación con el mundo subterráneo de la conciencia, sino la plasmación efímera de una imagen distorsionada. La de parecer que no somos nosotros mismos, alejarnos de nuestra realidad, ponerle filtros y llevarla a la imagen “mejorada”, aceptada por los demás.

Una premisa de la posmodernidad es precisamente la de que todo es relativo. No hay valores morales, no hay fundamentos…

Nuestra empatía ahora es cada vez más limitada. Es un hecho que nos importa menos el prójimo, y que nuestra disonancia cognitiva con nuestros congéneres es mayor que hace una década. Algo ha cambiado y las nuevas generaciones acabarán por derrotar, es ley de vida, ese residuo todavía vivo de empatía. La imagen de consumo y/o el consumismo de la imagen es la que impera por encima de todo, creando egos monstruosos. “Ego Monstruoso”: Dícese de aquella persona que ha sufrido una transformación en su modo de verse a sí misma, de tal manera que, ha perdido completamente la perspectiva de la realidad sobre su físico y aptitudes, fomentada en gran medida por su entorno virtual.alicia-lidell
“De los elogios no te puedes defender”, dice el popular dicho. Mientras, millones de personas buscan tener en sus redes sociales la foto en la que parecen menos ellos mismos para recibir más “like´s”. Y esa distorsión lleva consigo indefectiblemente un cambio en la actitud y personalidad de quien no quiere mirarse en el espejo sino como Narciso.
Una premisa de la posmodernidad es precisamente la de que todo es relativo. No hay valores morales, no hay fundamentos, la ciencia en su despliegue se ha encargado de desbancar cualquier trato con la realidad. “Todo es relativo” es un leit-motiv que la psicología popular ha extraído de algo que la gran mayoría no entiende: La teoría de la relatividad einsteiniana. Al no haber asiento firme, solido, la belleza parece cosa sujeta a interpretación. Todos tenemos derecho a que nos digan lo guapos que somos. Es la democratización de la red social y la fase líquida, dinámica, en la que viajamos todos.
Y es que el espejo, después de las guerras mundiales, removió nuestra conciencia; ya nadie quiso mirarse en él, y nos distanciamos de manera global de nuestra verdad, de nuestro imago colectivo. El demonio cogió su trono y se sentó en él.. Ahora nos observa con una sonrisa de satisfacción.
dento-del-palacio-cristal-parque-retiro-madridEl espejo tarkovskiano y ancestral ahora es opaco. (Aunque no del todo porque siempre podremos entrar en él). Lo hemos convertido en ese espejo lacaniano, en su estadio más básico, seguimos en una perpetua admiración y embeleso de nuestra propia imagen egoica. Una especie de ritornello, pero no de Bach. Estamos atrapados como Alicia, pero en un espejo que no es el ancestral-onírico como proponía Lewis Carroll (el espejo era una puerta por la cual el alma podía disociarse y pasar a otro lado). Ahora la “otredad” es una suerte de “amigos virtuales” que amplifican nuestro júbilo por vernos bien, distintos a lo que sabemos que somos, los “otros” somos nosotros mismos introyectados en la superficie del espejo. El ego amplifica su raíz. Se hace rizoma. No se detiene ante nada. Luchará por seguir fantaseando y seguir distanciándose de la realidad.
El antídoto, como es natural, es romper el cristal de ese espejo y penetrar en él. Romper nuestro ego y llenarlo de luz. Y así, entrar en esa memoria colectiva que contiene el saber primitivo de la edad de oro, que simbolizan el espejo y los palacios de cristal, según Loeffler.


David Ortega (Bilbao, España, 1981). Columnista de la Revista Philos. Es licenciado en Filosofía con Master en Filosofía teórica y práctica, UNED. Ha escrito un libro de viajes autobiográfico: El último viaje, sobre Alaska (USA); una novela de ficción: El secreto de Nina; y una novela negra que pronto estará disponible: Casi héroes. Lea más sobre la biografía del autor en nuestra sesión de columnas.

Créditos fotográficos por orden cronológica: 1. La imagen del indígena queda capturada por la instantánea. Fotografía de El abrazo de la serpiente (2015) de Ciro Guerra; 2. Cartel de la película Zerkalo (El espejo) (1975) dirigida por Andréi Tarkovski; 3. Alicia Lidell, niña en la que se basó Lewis Carroll en su personaje de Alicia; y 4. Dentro del palacio de cristal del parque del Retiro (Madrid).


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2 comentários sobre “El espejo en el siglo XXI, por David Ortega

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