Me cansé de recibir cartas del pornógrafo pudoroso [1] que me admiraba desde el balcón de la terraza. Medio muerta de sentarme en la Plaza Bartolomeo Mitre, puse mi mano frente a la boca negra que se callaba. ¡Cuánta oscuridad había! Guardamos cada uno la boca del infierno, desnudado por bostezos.  Me voy por culpa del pibe que trabajaba con mensajes que le encargaban individuos y revistas, y que vaciaba en fichas cuadriculadas antes de copiarlos en bella caligrafía para su envío postal.  Francisco sin apellido en tinta china. ¿Firmaba Darín? ¿Cuántos noms de plume tenía?

Al verme por primera vez, su figura angulosa y perturbadora bajó la escalera. Se vestía mal. Pasó las manos por el barandal de fierro del edificio amarillo de ocho pisos y terrazas tortuosas. Se acomodó a mi lado en el banco de la plaza sin medir la distancia entre nuestros cuerpos; recargó uno de sus pies en mi sandalia. Admiré la combinación de rasgos que producía un aire de gravedad severa.  Me sacó plática, un hilo de Ariadna en el que me enmarañé. Fue en aquella ocasión cuando mantuvimos nuestro único diálogo. Francisco prefería mil muertes a comunicarse por el habla. En una de sus notas más recientes, me interrogó sobre mi decisión de subir de hemisferio, a lo que repliqué: ¿no es para allá que se arrastran los refugiados?

Exiliarme en un polo magnético de levantes. París es un campo abierto. Basta ver el flagrante delito de Hitler en su jeep al penetrar a Lutéce a plena luz del día. ¿Alguien oyó hablar de una invasión a Buenos Aires? Lo que sucede en la capital porteña es endémico. Al lado, en Brasil, se aplican las fuerzas antropofágicas y nadie sale de esa fenomenología. Se llega al año 2035, cuarta guerra mundial a todo vapor y Marguerite Duras pegada al sistema nervioso de miles de mujeres tal y como vaticinó Bolaño.

Francisco especula en las entrelíneas de sus versitos para la revista mensual Playboycito sobre la calidad del sexo en París, superior a nuestras relaciones contemplativas en Buenos Aires, para las que acuñó el término “lazo óptico” [2].   Veo su rostro crepuscular en la puerta de la terraza entreabierta para seducirme a medida, para llamarme a que ejerza un papel de musa racional.  Francisco se equivoca al confundirme con la Lady Madeline de la casa de Usher [3], me entierra para inspirarse y mantener su empleo lucrativo. No soy como el verde que se ahoga en el negro y desaparece. Cuando Alan nos presentó, creí que algo serio se dilucidaría entre nosotros, que el vínculo óptico era solamente el comienzo.  A final de cuentas, tenemos en común la metafísica y creemos en la poesía como destino metafísico.  Soporté sus arranques de mal humor mientras Francisco rompía hojas y hojas de papel reciclado y las tiraba desnudo en mi dirección.  Las junté para descifrar las palabras que mutilaba.

Entre 2030 y 2035 me instalé en la plaza Bartolomeo Mitre por horas y esperé. Me engañaba con la idea de que Francisco abandonaría la carrera de pornógrafo literario en un corto plazo por no soportar más las penurias del oficio. Sin embargo, los epigramas serían la manía que lo llevaría hasta la sombra del túmulo.  Era evidente su desinterés por mi estado de salud o por cualquier otro estado. Me deterioré estos cinco años de espera y recurrí al consultorio del doctor Gutiérrez en la Avenida Colón para tratarme los síntomas. El médico observó señales en mi rostro que indicaban nervios debilitados por los tañidos de las campanas y por los epigramas escupidos por una máquina insensata. Me recomendó un tratamiento con sesiones de terapia ortomolecular y prometió obturar las rendijas del consultorio para que no entrara luz en mi próxima visita.  El doctor Gutiérrez era un gran estudioso de los colores.

La tarde anterior al viaje, recorrí nuevamente el camino de asfalto que llevaba a nuestra plaza y avisté la imagen de Francisco bajo la borrachera de la puesta de sol argentina. ¿El gris luminoso es blanco?  Colores de materia y colores de superficie. Colores para sentimientos tan innombrables como los verdaderos nombres de Francisco.  Lo adoro y no soporto la visión distante del movimiento de sus dedos al agarrar un lápiz y reducir la complejidad a líneas enjutas y circulables.  La profesión de escriba pornógrafo exige el anonimato, pero espero que algún día pueda editar las notas y borradores que compuso y yo sabré reconocerme en algunos, ahí se desvanecerá nuestro camuflaje.  Alan descubrió su identidad, sin embargo actuó honradamente al no divulgar dirección ni identidad reales.  La Plaza Bartolomeo Mitre no existe en Buenos Aires, sino en Rio de Janeiro.

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¡Adiós, Juan!  ¡Adiós, Juan! ¡Adiós, Juan!

No sé si Juan me oyó.  ¡Juan, adiós!, saludo.

Nadie me mandó dejar Buenos Aires y correr peligro en París. Empaqué las maletas de cuero azul, cerré el departamento heredado con los objetos intactos como si se tratara de un museo y arranqué en las alas de un monstruoso Boeing 777, despidiéndome solamente del portero.

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Francisco: oigo el alarido del viento que rompe las ventanas de mi cuarto en París y avisto una plaza parecida a la nuestra.  Pienso en tu insistencia en mirar de lejos, en no arriesgarse a los sobresaltos del corazón; es por eso que los caballos son más veloces que tú y se lanzan sobre el tiempo que lo retiene.  También yo flaqueé cuando empezaste a confundirme con la silueta de otra mujer sentada en la plaza.  Yo ya no sabía bien a bien quién era: las destinatarias de tus notas se sobreponían a mi yo original.  Mis rasgos humanos se diluían bajo tu mirada y me pareció bien ser marginal en otro país, asegurarme de que no me transformaría en el fantasma del color que necesito mezclar en la paleta para representarla exactamente [4].  Trato de palpar el cuerpo que tú, Francisco, no besaste. Te llamo por tu nombre real.  Caliento el agua en la tetera y preparo la calabaza con el polvo firme en la esquina inferior para no tapar la bomba de plata y oro adornada con una raspadura de rubí.  Domino el arte de beber mate en el sótano, pero ignoro el desenlace al que Alan nos relegó, porque no llego al final de ningún libro. Prefiero los epílogos que elijo, en particular cuando nosotros somos los personajes.

En París, corro con dirección al río Sena. En el departamento de al lado, descubrí que el vecino, el poeta Marona, cultiva una ballena en la sala de estar.  Los nervios de las mujeres influidas por Marguerite Duras están a flor de piel.  Las noches germinan revolucionarios amorosos que se sumergen en las aguas turbias para sentir los cuerpos en sus interiores físicos.  Luego conviene hacer la señal de la cruz con los dedos índices. Las campanas doblan.

En la Place de la Concorde compro crepas rellenas de crema de avellanas y chocolate. Egeu, el viudo refugiado sirio, me entrega el triángulo blando, envuelto en una camada de hojas de servilleta barata, y me da la más cariñosa de sus sonrisas posibles. Las velas negras se encienden en las embarcaciones que suben por el río Sena. La rueda gigante da la vuelta al cielo entero.  Intercambio palabras con el rey que fue capaz de entregarse al mar por haber creído, equivocadamente, en la muerte de su hijo. Teseo se olvidó de las velas blancas, he aquí un hecho histórico y la muerte equivocada de un rey reverbera a lo largo de milenios. El cuerpo del hijo de Egeo planeó sobre la playa de niños ahogados en la orilla, entre la guerra de Palmira y el paraíso.  La mujer de Egeo desapareció antes de pisar Atenas. El universo dividiéndose en tres siempre.  Un cielo vasto, el mar ilimitado y las cabezas rodando bajo la oscuridad en la que se desfallece.

¿Cuántas revoluciones por minuto puede dar una cabeza suelta y voladora?  ¿Cuántas cabezas hay en las nubes de mármol que amenazan a un país?  ¿Cuál fue el último censo de cabezas rodantes en el cielo rioplatense?  Salomé pidió la cabeza de San Juan Bautista sobre una bandeja y se espantó: “¿Por qué pedí eso?  ¡Ahora la cabeza me parece mucho más fea que antes!” “Por una cabeza, todas las locuras”, interrumpió Gardel.

Los dioses de la oscuridad enfrentan la escena primitiva. Francisco aproximó mi cabeza hacia él con sus dedos, alisó las hebras de cabello para soplarme de lejos su hálito. En las distorsionadas horas nocturnas se encuentran las variedades del cuerpo humano; el torso de la mujer y el falo asumen formas idénticas como si se aprovecharan de la negritud para iniciar el proceso de una arquitectura pre-organizada, la omnipotencia instintiva de dos fragmentos de cuerpos ajenos.  Dormimos uno lejos del otro.  En alcobas sin ventilación.  Francisco extiende su cuerpo sobre un sofá que le sirve de cama cuando se cansa. Reposo en el colchón tirado encima del estrado de madera.  El falo desciende por las espaldas femeninas, el torso se reduce al tamaño del falo.  Otras magias se duplican como cuando el torso adornado por brazos en gestos triangulares constituye la faz de un toro. Las corridas de toros, sin embargo, están prohibidas en Argentina.  Gardel hablaba de corridas de caballos y apuestas. ¿Dónde está el potro victorioso? Conforme la luminosidad incide en el rostro de Francisco, observo en él a un toro. Para practicar el tango, divagamos.

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¿Qué vas a hacer, mujer?  Recupera los sentidos, Ursula.  La gente corre peligro, como el de ser enterrada viva cual Lady Madeline. Son riesgos que el destino juega en lugares inverosímiles como la casa de Usher.

Mi brazo se detiene inmediatamente y mi mano queda suspendida a un suspiro de la boca del infierno. Por una cabeza, todas las locuras, la boca que besa, desaparece la tristeza, calma la amargura. Por una cabeza, Gardel entre el acordeón y el violín, San Juan Bautista acéfalo perseguido sostiene su propio cráneo y yo, horripilada, la cola del horror negándose a desaparecer, me vi obligada a viajar por el exceso de amor o desamor (¿Francisco fue capaz de enamorarse de mí?).  El estruendo de la ballena lírica del poeta vecino me asusta.  En las plazas parisienses se esculpen fantasmas, son zonas sutiles de propagación del azul bajo el poder de los ángeles guardianes invisibles.  Decido, entonces, contratar el servicio del pornógrafo para que me envíe las mentadas cartas epigramáticas de Francisco Darín y me explique cómo el amor sobrevive sin besos en la boca.  Firmaré: “Dora Diamante”.

Remitente. Apartado Postal Buenos Aires. Calle Man Ray. Tiempo infinito.  El mundo acabará ochenta veces en un día de 2036.


Kátia Bandeira de Mello-Gerlach, originaria de Rio de Janeiro y radicada en Nueva York, es licenciada en Derecho por la Universidad del Estado de Rio de Janeiro (UERJ). Tiene una maestría en Derecho Internacional Privado de la Universidad de Londres y de la NYU School of Law, y es profesora de derecho de la Fundación Getúlio Vargas. Forma parte del cuerpo docente de la Universidad Desconocida de Brooklyn, bajo dirección de Javier Molea. Publica en Jornal Rascunho, en la Revista Cenas (Centro Cultural Raimundo Carrero) y en la Revista Philos. Ha publicado los libros: Jogos (Ben)ditos y Folias (Mal)ditas, Colisões BESTIAIS (Particula)res, Forrageiras de Jade y Forasteiros.

[1]     “El pudor del pornógrafo”, libro epistolar de Alan Pauls.
[2]     Idem.
[3]     Personaje del cuento “La casa de Usher” de Edgar Alan Poe.
[4]     “Observaciones sobre los colores”, Ludwig Wittgenstein.

Publicado por:Philos

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