In EnCONTrOS- uma cartografia do tempo. Prêmio Concurso Coletânea FLIPORTO, 2013. Instituto Maximiano Campos, Pernambuco.

“Ah, esos sueños que no terminan nunca, siempre me traen quien en realidad no puede estar conmigo”, pensaba María todavía acostada, cubierta por mantas limpias y con olores como las lavandas de Provence. Se estiró los pies alargándose y permaneció un poco inmóvil, queriendo las sensaciones que venían de su más profundo.
“Se encontraban en medio de la noche, que no era el momento cierto”, pensaba, pero no perdía la oportunidad sagrada de amarlo.
Él le llegaba casi siempre escabroso, trayendo una pasta de proyectos en la mano derecha… Chaqueta de nylon en la otra. Era un hiperactivo sin tiempo para nada, amante de las artes visuales, con el portátil a cuestas. Feliz de mirar en busca de un poco de calor, tiempo espiritual sin lugar a dudas, cuando se yacían juntos.
Una noche, María estaba en tránsito en la misma mega ciudad, por lo tanto físicamente cerca de Juan, esa noche le apareció en espíritu, apenas usando la ropa de abajo.
“Que sorpresa”, María limpió los ojos, sintió el corazón pulsándole fuerte entre los senos… él amable la empujaba afectivamente más cerca de la pared en un colchón de soltero colocado al lado de la cama del sobrino que, generoso, le prestó el cuarto y sin que ella ni siquiera tocara su cuerpo denso, caliente… Juan desapareció súbitamente en los segundos que siguieron. María quedó sobresaltada y atónita. Ella lo percibió ansioso en esa aparición. No vendría así en calzoncillos a visitarle si no fuera por tanto deseo, pensaba consigo al recordar al día siguiente. Al despertar, toda nítida sensación que había tenido durante ese encuentro, porque no había intimidad para ellos en las dificultades de lo cotidiano. Ella lo sentía allí y eso era lo que importaba y volvió a dormir. Deseándolo incuestionablemente.
A veces se veían en astral, él como era: alto, cuerpo delgado en musculatura firme, sonrisa ancha, movimientos rápidos y afectuosos, barba por hacer, cabellos escurridos en la frente, piel clara.
“Venga, acostarse a mi lado”, llamándola para otra noche de amor, relajado en una red de hilos rústicos.
María se acostó con gentileza, podía sentirle el olor, algo caliente tomaba cuenta de aquel momento casi virtual. Sabían que sería rápido e intenso. Él un poeta, un poeta icónico.
María firmó la cabeza en su hombro ancho, y eso bastaba, él todavía en su traje y corbatas, no desnudo como apareció a ella en encuentros anteriores. Él había venido para describirle poses homosexuales que tomarían el aliento de María, incrédula con demostraciones que seguían a los gestos:
“Como puede ver,” decía él, “es una penetración gay: yo abro las piernas, apoyado en un apoyo y él me penetra, yo soy el pasivo”.
Ella miraba y lo oía con la certeza de que la verdad venía a la superficie y, sin miedo, ella lo sentía más que nunca en su intimidad revelada con sublime coraje; eran más que novios eran amigos confidentes. María lo respetó sin tocarlo aquella noche, en una de las más reveladoras omnipresencias.
Parece que esa verdad jamás se anunciaría en el plano de las densidades reales, no con tanta exactitud. Algunas verdades sólo pueden suceder en el instante de la inconsciencia, en las sincronías del alma; así siguieron firmes en sus sentimientos.
No se veían mucho en el día a día, pero se sentían en el plano del etéreo, contaban con el otro y se revelaban cada noche. Más se veían, más se declaraban.
“Te amo”, y se besaban como seres que estaban seguros de que uno era para el otro, amantes perfectos.
“Yo quiero casarme contigo”, y seguían besándose, inclinados en el sillón de un vuelo que transitaba entre las nubes blancas de una Isla en el Atlántico Sur, bien conocida por los dos…
“Mira Juan, mira por la ventanita… allí, allí… ¿ve entre aquel campo de fútbol y la plantación de eucaliptos? Era mi casa. Casa donde viví por diez años.” María apuntaba tomando el asiento de Juan, como que queriendo vaciar el espacio aéreo… Juan la recibió de nuevo en sus brazos, besándola con pasión.
El tiempo y espacio de esa novela era este mismo: inconstante. A pesar de eso, María seguía todas las noches para su cuarto siempre con la misma incógnita… ¿Estaría o no con su amor onírico? No sabía. Nada era previsible en el sentido del cronológico, el último de ellos se daba en una cuadra de una ciudad colonial desconocida, de casas bajas y coloridas, él venía de viaje como siempre… Ella caminando sin objetivos definidos por la calzada irregular. Cuanto más caminaban, más ganaron sintonía. Sabían estar allí, se vieron y se acercaron… Juan la tomó en los brazos, ella quiso resistir, pero él insistió. Al acercarse más y poco a poco ella cedía… Ella sentía falta de él, un dolor en el pecho… Ella no tenía duda y tampoco sabría explicar lo que pulsaba en su pensamiento. Suspiraba bajito en el abrazo fuerte recibido en aquella esquina de un lugar cualquiera en los intersticios de un plano vago, que volatilizaba por los sentidos cargados y durmientes poco a poco vivificados por la presencia de sonidos, aromas de la mañana de primavera, brillos solares que se presenciaban para otro día que insistía en despertarla del evanescente, robándolos a otra dimensión.


Silvia Schmidt (São Paulo, Brasil, 1962). É natural de São Paulo, morou no Nordeste e no Sul do Brasil, saindo de Florianópolis em 2000 em voos mais ousados para Inglaterra e USA, com o objetivo de estudar o idioma inglês. É escritora e participou da Casa Philos no Flipoços 2018.

Publicado por:Philos

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