La utopía es necesaria. En realidad, todo lo es. Aunque esto sería muy largo de explicar… En cualquier caso, es una necesidad existencial humana, un anhelo que llevamos dentro; algo nos empuja hacia la perfección, a rebasar el límite de lo que creemos actualmente imposible (De lo cual se sirve la ciencia). El problema viene cuando tratamos de buscar lo utópico en la realidad actual (Lo que todavía no existe, existiendo). En España, existe la creencia popular de que el Sangri-lá (Hilton lo situaba en el Valle de Hunza) se manifiesta en las lejanas tierras del Norte. De hecho, la lejanía con la patria de uno, es la característica primordial para alimentar dicha creencia. Resulta infantil, pero así es.

En la sociedad española hay un embeleso por esa utopía escandinava, la de los países más al norte que “escapan” de Europa, y que, si se analiza detenidamente, se verá que no tiene consistencia. Fue en el año 2009 cuando Islandia (aunque se independizó del imperio escandinavo hace un siglo, apuntamos a la característica primordial: la latitud, y lejanía) se erigía como esa gran isla utópica (hyporborea, que diría Nietzsche), para la mayoría de los españoles. Tras la gran crisis económica mundial que inventaron unos cuantos hombres sin escrúpulos (la crisis del 2008 como la del famoso crack del 29, es financiera, lo que quiere decir que se formalizó en las fluctuaciones de la Bolsa que vive siempre de especulaciones, es decir, de hacer efectivo un futuro condicional) como estrategia para dinamitar el incremento del valor del euro frente a la divisa del dólar (USA implementó un rápido paquete de medidas de abastecimiento) Islandia se revolucionó. Algo que admiraban los españoles de a pie, incapaces de mover un dedo o más bien de tomar la decisión de ir todos a una en contra del gobierno socialdemócrata de Zapatero, que se dedicaba a negar la crisis, desviando la atención del problema económico (inflación, falta de liquidez, prima de riesgo, burbuja inmobiliaria, líder en destrucción de empleo de la Eurozona, etc.) con otros temas de índole superflua y un paquete de medidas tardío (su plan E fue un fiasco y supuso un gasto aún mayor para las arcas públicas).

Una vez más, España estaba al borde del abismo, caminando sobre el alambre, y fue, básicamente, Alemania (por ser miembro presidencial de la Eurozona), el país que acudía al rescate. Lo cual supuso a partir de ahí una carga mayor de impuestos y recortes al Estado del Bienestar español. Angela Merkel comenzó a ser vilipendiada por los medios de propaganda de izquierda, hasta el punto de hablar de “opresión” por parte de Alemania. Es decir, queríamos ser europeos y europeístas mientras el euro repuntaba y los bancos daban créditos a espuertas, pero en la decadencia, el gobierno español era culpable de no rebelarse frente a esa injusticia y opresión de los alemanes (en el aire, siempre flotaba su pasado nazi) Sin embargo, ¿Cómo hubiese afectado a España el hecho de haber roto unilateralmente las relaciones con la Eurozona o los países del G20, tal y como consideró hacer Islandia?

Fundamentalmente, existe un par de detalles que hacen que el español de a pie, creyera (no pensaba, sino concluía sin una lógica bien argumentada, embelesado en los datos buenos de la propaganda ideológica de izquierda) que Islandia era ese espejo en el que había que mirarse, y, de hecho, copiar su modelo rupturista. Cuando vienen mal dadas, hay que romper el sistema. Ya se sabe que los ciudadanos nunca tienen la culpa de nada, según ellos. Es el sistema el que falla y abusa de nosotros. “Los bancos nos engañaron” era una frase que se convirtió en mantra en la sociedad española por aquellos años. Los desahucios iban en contra de los derechos humanos, era el capitalismo atroz, salvaje y despiadado que un día nos convenía y otro ya no. No nos avisaron de que algún día explotaría la “burbuja inmobiliaria”. Es más, nadie la veía. Se pretendía argumentar que se había perpetrado un engaño y que dada la ignorancia se podía cancelar cualquier deuda contraída. Ante cualquier decadencia siempre podremos victimizarnos. Y es que la sociedad española en lo último que  piensa es en que los derechos se ganan con obligaciones. Es decir, si yo no pago la deuda contraída con el banco por haberme sobrehipotecado, nadie puede quitarme esa casa y/o demás inmuebles porque la vivienda es un derecho constitucional español y está ratificado por el gobierno que firmó el tratado de los derechos humanos. Ya hablamos en un número anterior sobre la analogía, en España se quería extrapolar ese modo de proceder como si por el mero hecho de pertenecer al género “país” fuésemos iguales a Islandia y/o procediera tal comparación. No más lejos de la realidad.

Islandia es una república que pertenece al Consejo Nórdico (cuyas relaciones burocráticas tienen otras alianzas de países en una escala económica superior), con un sistema de multipartidos (no bipartidismo como en España. El bipartidismo no se ha solventado, aunque hayan aparecido supuestos nuevos partidos), cuyo mayor sector económico es el secundario (principalmente, la pesca), de un índice demográfico muy bajo comparado con España, y un largo etcétera de características que definen la particularidad del país. Algo que no se tuvo en cuenta, obviamente. Para ser más claros, cada país tiene su Volkgeist (“espíritu del pueblo”) y su idiosincrasia. Por ejemplo, es difícil que en Suecia se acerque si quiera a la cantidad de ladrones potenciales de España. ¿Por qué digo “potenciales”? Precisamente, por la misma idiosincrasia, por el ADN biológico, antropológico y cultural que nos hace “ser españoles”. Para lo bueno y para lo malo. Ahí tenemos el cuento del Lazarillo de Tormes, escrito por alguien desconocido o anónimo, que nos representa mucho más todavía que la pasión y locura quijotescas.

Algunos posmodernos nos dirán que sólo es un cuento, literatura. Y que no se puede estereotipar de esa manera a un conjunto tan grande de personas que no se conocen entre sí. “Generalizar, es de mentes pequeñas”. Pero, lo cierto es que, pase el tiempo que pase, si uno atiende a la Historia comparada (estudiar Historia, el pasado, es necesario y fundamental para poder pensar, y a partir de ahí, opinar con cierto conocimiento de causa. Una muestra es “Momentos estelares de la Humanidad” de Stefan Zweig) se percatará de ese Volkgeist que se perpetúa en cada nación. Y mientras el español de a pie, que vive alienado y resentido, fija la atención en lo malo de su país y adora a quien se apellida Johansson o Knausgård, lo cierto es que desconoce los contras de esa Utopía escandinava que queda muy lejos de ser la espiritual de Tomás Moro.

¿Acaso genios creativos como Velázquez, Picasso, Ramón y Cajal, Buñuel, Goya, Espronceda, etc. podrían haber nacido y vivido en Finlandia? España posee el segundo mayor patrimonio de la Humanidad (sólo superado por Italia 1º, ya que China 2º tiene una extensión no comparable) lo que hace de este país un bien cultural en sí mismo, muy superior a Suecia.

Además, pocas personas saben que Finlandia y Suecia no han ratificado todas las cláusulas del tratado por los derechos humanos (particularmente, los que tratan de proteger y valorar positivamente a los discapacitados) De hecho, no hay medidas de protección para las personas de la tercera edad. (Otro día hablaremos de que existe un segundo culto a la juventud desde los años sesenta) Algo que tampoco sabrán muchos es que existe una menor asimilación de los inmigrantes por el conjunto de los ciudadanos. Siempre serán ciudadanos de segunda clase. Asimismo, existe una especie de racionalidad aria o antisemitismo mayor que en los países del sur de Europa.

Los adoradores de las fórmulas escandinavas, que ven lo que les interesa, fijan su atención en el Banco de semillas de Svalbard, pero no en la tasa de suicidios (quintuplica la de España). Quieren implementar las medidas educativas en España, como si la sangre del Volkgeist español que corre por las venas de los niños fuese la misma que la de los gigantes de la utopía.

Odian el capitalismo cada vez más y tienen una tendencia clara en favor de la autogestión o modos alternativos de consumo, pero no se dan cuenta de que lo abrazan al desear el modelo escandinavo, donde la industrialización cabalga a sus anchas como los cuatro jinetes del Apocalipsis. Muchos contraargumentarán que no odian su país, sino que son pragmáticos, y que únicamente fijan su atención en lo bueno de esos países nórdicos para extrapolarlo aquí y hacer así un país mejor. Sin embargo, eso es imposible sin efectos adversos. No se pueden pulsar tres teclas de un piano que nunca se pulsaron antes sin cambiar el armónico de una sinfonía. Queremos fiesta hasta el amanecer y luego ser estudiantes modelos.

En el documental “La teoría sueca del amor” se retrata esa falsa utopía. Ese aburrimiento desapasionado, de la gente que ni se mira, de la búsqueda de pareja exclusivamente por el tamaño de la billetera, la tendencia a la que también se dirigen los países del sur, de herencia latina, una tendencia, la sueca, que nos rebasará. El difunto sociólogo polaco Zygmunt Bauman sentencia así al final del filme: “… Es la felicidad de haber superado las dificultades lo que se pierde cuando crecen las comodidades” El confort es contraproducente, y aunque resulte ilógico pensarlo… así es. Contra más potente sea el Estado del Bienestar más aburrimiento habrá, más desidia… y es que lo que vemos en los rostros de los niños del África negra, ese brillo en la mirada cautivador, es lo que nos extraña y no podemos entender. Una vida feliz implica superar problemas. Si todo es miel sobre hojuelas, adiós al sentido de la vida. (No digo que haya que acabar con el Estado del Bienestar o volverse una sociedad epicúrea de ascetas para hacer un país mejor, sino encontrar un balance realizable atendiendo a parámetros fundamentales como el Volkgeist).

En Suecia se ha copiado el modelo que auguraba Aldous Huxley en su distopía de “Un mundo feliz”. Las mujeres han conseguido su independencia total del hombre (es una tendencia que se persigue en España. Siempre vamos por detrás del primer mundo que es el “Consejo Nórdico” y la gente no lo ve) llevándolo a sus últimas consecuencias radicales (La familia nuclear desmembrada, las parejas desexualizadas, etc.) con el inestimable apoyo logístico de la ciencia, en este caso, los bancos de esperma. Como Mr. Salvaje tuvo que hacer en “Un mundo Feliz”, el cirujano sueco Erichssen tuvo que huir, hasta llegar a un hospital de campaña en Etiopía para encontrar ese sentido de la vida. Superar ese vacío existencial que haría las delicias nauseabundas de Jean Paul Sartre y reencontrarse con su lado más humano. Pero, eso sólo es un parche, nunca una solución.


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3 comentários sobre “Utopía escandinava, por David Ortega.

  1. En realidad, todo tiene que ver con el curso natural de una evolución artificial; con el desarrollo de un positivismo-materialismo extremo y la selección tendenciosa de la parte racional de Descartes (obviando y excluyendo su fe en Dios y su lado trascendental); con la rotundidad a la hora de aceptar y dar validez a la “Teoría de la evolución” de Darwin aun cuando ésta no está basada en hechos científicos concretos y es tan solo una presunción, tal y como él mismo afirmó.
    Mencionabas ,de forma acertada, que ” lo que vemos en los rostros de los niños del África negra, ese brillo en la mirada cautivador, es lo que nos extraña y no podemos entender. Una vida feliz implica superar problemas”. Lo que les facilita sobrellevar esos problemas y , sobre todo, tener una paciencia colosal hasta que pueden solucionarlos, es la creencia absoluta en la existencia de Dios. Y esta creencia, contrariamente a lo que los “occidentales” pensamos, no es el clavo ardiendo que les sirve de consuelo y acicate. Sino que se debe a que no han renunciado al trialismo (cuerpo-alma-mente) ni al contacto con la CONSCIENCIA, que es lo que nos diferencia, en esencia, del resto del mundo animal.

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