Baby Boom: 1945-1964
Generación X: 1965-1984
Generación Y: 1985-2004

Vivimos en un fast-time, una época en la que los cambios se denominan actualizaciones y estos suceden a toda velocidad y subrepticiamente. La tabla de valores de la generación X y la generación Y, que son los que actualmente dominan el mundo (son mayor número en el planeta) es muy diferente. Los valores de la generación X, cuyos padres vivieron dictaduras (Salazar murió en 1970 y Franco en 1975), y quienes son hijos de la transición democrática de los países imperialistas de la vieja Europa del Sur, son muy diferentes a los de la generación Y. Los primeros vivieron la globalización en su etapa temprana e inadvertida mientras se gestaba su personalidad. La tecnología no era todavía nuestra mente extendida, en la acepción de Chalmers. Mientras los de la generación Y o millennials alcanzaban el sentido común (los estudios de Piaget dictaminaron que sucede a los 12 años) cuando acababan de derrumbarse las torres gemelas (en algunos casos ni eso), se asomaban al mundo inmersos en una crisis mundial (2008), anunciada simbólicamente (2001) con el cambio de paradigma, con el advenimiento del nuevo milenio. La diferencia también ocurrió en el cambio de la sociedad romántica del siglo XVIII a la realista del XIX, o el cambio a la relativista/posmoderna del XX. Muchos intelectuales que vivieron a caballo de un siglo a otro, sufrieron sus consecuencias. (Véase: Virginia Woolf, T.S Eliot, Edith Wharton, Thomas Mann, etc.)

En la actualidad, la convivencia entre las dos generaciones se hace muy difícil. Sobre todo, si conoces los dos mundos, es decir, si eres de la generación X. Wittgenstein decía: “No podemos saber cuán maravilloso es este mundo sino conocemos otros mundos”. Puro y simple contraste. Siendo de la generación X, uno sí puede ver que le han dado la vuelta a todo. Los hechos físicos son irreversibles, y la reversibilidad de los movimientos sociales sucede por el efecto cíclico (Véase: “Progreso y regresión en el desarrollo social”, de Toynbee). Todo se consume y no vuelve, sino de otra manera similar. Hoy en día, parece difícil vivir y pensar como un romántico, mientras todo se deconstruye hasta la irreversibilidad. Las aptitudes, el amor, la amistad, la compasión, la inteligencia, las emociones, etc. todo se mide de manera distinta a como se medía hace escasos veinte años. La tecnología ha acelerado el tiempo y los procesos se le escapan al más sagaz de los sociólogos. Los nativos digitales piensan el sexo, no lo practican. O lo practican, pensando. Venden su propia imagen, su apariencia estereotipada en las redes sociales. Mientras la pasión y la violencia han quedado obsoletas.

Hace una semana me comentaba una amiga de mi generación que uno/a no puede deshacerse de ese vínculo con el contexto de lo que acaece. Es una obviedad que los de la generación Y no podrían admitir. Hay una fuente de la que beben y es el espíritu democrático, que confunden con el sistema democrático, y que les ha hecho vivir en un fondo racional, de seguridad, nula violencia, de igualdad, de civismo, etc. que, al mismo tiempo, les ha hecho la vida muy aburrida, y es por esa desidia que pretenden pervertirlo, es decir, llevar la metafísica de un problema a lo factual del sistema, sin comprender los términos y sin saber o empatizar con la lucha extenuante que supuso conseguir llegar hasta la dinámica actual del sistema democrático. Sin embargo, la palabra “democracia” les encanta. La permisividad y la laxitud que se logra gracias, fundamentalmente, a la perspectiva que da el “tiempo democrático” es la propia perversión de la democracia. El mismo “tiempo democrático” (el hecho de llevar 40 años de democracia) hace que la sumisión, el pseudoanalfabetismo (la falta de compresión y el egocentrismo de creer que se sabe), haga estragos, y las nuevas generaciones quieran romper, sin ser conscientes, el sistema que les auspicia en sus diatribas inconsistentes y les sobreprotege. Todo debe ser posible, hasta la ilegalidad, porque la Ley que ampara precisamente el sistema democrático, es el enemigo a batir. No hay nada que se pueda imponer.

Tipología

El otro día vi un grafiti que decía: “Be Vegan, Fuck the Capitalism!”. Y ese intento de “cabalgar contradicciones” (Término empleado por Pablo Iglesias, líder de Podemos) me hizo recordar el caso de una chica, que conocí hace un par de años y que sirve como estereotipo de la generación Y (El estereotipo se funda en la tipología y en las regularidades de casos similares)

Quedé con una chica que no pensaba que me iba a gustar, resultaba ser muy joven para mí y yo siempre había necesitado que mis parejas fueran más maduras que yo. No en vano, las tres mujeres más importantes de mi vida promediaban una diferencia de diez años con respecto a mí. Me entendía con ellas a la perfección. Pero, aquella chica de unos veintidós años parecía increíble. No fue hasta charlar con ella abiertamente, que me di cuenta de que era francamente excepcional. Había viajado por todo el mundo, sabía cuatro idiomas a la perfección, tenía un posgrado en Humanidades, era vegana, feminista, sostenía la mirada, muy segura de sí misma, exponía sus ideas con absoluto aplomo, y al mismo tiempo estaba abierta a discutir y discurrir sobre ideas propias y ajenas. Tenía una serenidad bella, era amable, independiente, y sabía de lo que hablaba, había estudiado y reflexionado sobre ello, y parecía dirigirse con sentido en la vida. Además, parecía apasionada y racional, un equilibrio perfecto. Desde luego, recuerdo haber pensado que yo a su edad era un derroche de pasión y fuerza incontenibles, un animal cuya principal preocupación era salir de fiesta. Al lado de ella, yo hubiese sido un insulto a su inteligencia.

Estábamos pasando una velada perfecta con el rumor del oleaje nocturno acariciando el perfil de nuestros rostros. Los ojos se humedecían y chispeaban con la brisa, nuestras palabras apartaban de sí el ruido ajeno, y construían diques etéreos a modo de burbuja, haciéndonos sordos de otra realidad que no fuera la nuestra, la de aquel instante. El tiempo transcurrió a velocidad terminal. Nos despedimos sabiendo que nos habíamos enamorado el uno del otro. Ella había sabido identificar lo que había en mí, y viceversa. Había sucedido esa transmisión, ese reconocimiento mutuo. Éramos uno… o podríamos serlo. Todo se trataba de volver a verse y comenzar con las tablas y el martillo a construir nuestro refugio personal e intransferible. Quedamos en volver a vernos pronto. Además, teníamos contacto por Whatsapp, Facebook, etc.

Tiempo muerto

Algo fundamental que jamás me ha ocurrido con las mujeres X es que el egocentrismo y las ínfulas de grandiosidad de las chicas Y no les deja tomar la iniciativa. Como en una involución, se anclan en la expectativa y el cortejo de la generación Boom. Algo que choca de pleno con el ideario feminista que tienen muy presente. No se me ocurre nada más machista y con olor a naftalina que el cortejo. Siguiendo la pauta, la chica jamás se pondría en contacto conmigo. Tenía que ser yo y solamente yo el que hiciera el primer movimiento. Independientemente de que ella supiera que era el hombre de su vida. Aunque también se piensa que las medias naranjas no existen y que el príncipe azul es una conspiración machista de Walt Disney para someter a la mujer a una delicadeza cosificadora. “¡Nos engañaron! ¡El amor no existe! ¡Es una trampa!” En realidad, todo lo que se haga en términos teóricos de jerarquías, dualidades, géneros, categorías, concepciones estancas, etc. es algo que rechazan de pleno. Es la época para pensar de ese modo, lógicamente. Pero ellos/as no lo saben.

Un mes después de nuestra maravillosa velada, la escribí para saludarla, sin pretensiones de nada, ya que, a esas alturas, no tenía ningún interés serio en el tema. La chica Y contestó con una diferencia de una semana, haciéndome preguntas que perseguían contestaciones un tanto forzadas y antinaturales. El intervalo era ése. Podría conectarse veinte veces al día a sus redes sociales, que no cambiaría el patrón de sus intervalos. No fuera a ser que yo creyera que estaba pensando en mí. Circulaba un meme por internet que decía: “No contestes nunca a un tío que te gusta, hazle sufrir por ti” Los rodeos y devaneos inconsistentes, los flirteos inocuos, continuaban sin cesar, y yo decidí adaptarme a ellos, aunque sabía por experiencia propia y ajena que no significaban nada. Todo era un juego virtual profundamente banal, que trataba de ser un entretenimiento y un sustrato para retroalimentar su ego, de intervalo estrictamente semanal, que no requería voluntad, valentía, decisión, ni verdad. Simplemente era fácil y se podía hacer. La red virtual se lo permitía, era su coartada. Un día dejó de escribir, me enteré de que estaba en otro país, de viaje, como casi siempre. Se había tomado un año sabático en la universidad.

Durante las conversaciones en las que nuestros cuerpos no podían hablar, había insinuado que le gustaba mucho, que quería verme… que no había conocido a nadie como yo. Frases que resonaban como un eco en el fondo de mi mente, ya que se habían repetido en mi vida algunas veces, y que con las mujeres X, había sido una explosión de realidad. Una celebración directa, espontánea, ilusionante y romántica, de la vida. Sin embargo, la chica Y no podía detenerse. Su ritmo de vida, la velocidad que persigue, y el hedonismo obsceno por la novedad de ver la siguiente ciudad, de conocer más gente, de cantidades y no de calidades, no podrían hacerle fijarse en un punto. Quedarse conmigo sería estancarse, podría darse el peligroso y patriarcal núcleo familiar de la generación Boom. En todo caso, era demasiado pronto, tenía que vivir, ya habría otros hombres o mujeres que le gustaran tanto como yo. O quizás no. Pero, eso sólo se da uno cuenta mucho más tarde.


[1] La palabra “inconsistente” tiene su origen en el latín. Proviene de consistens, consistentis participio presente del verbo consisto, consistere, constiti cuyo significado es situarse, ponerse, colocarse. Este verbo a su vez, está formado por con- que significa convergencia, reunión más el verbo sisto, sistere, stiti, statum que es detenerse, clavarse en un lugar.

[2] Tipología: Previo al caso que he seleccionado comentar de aquí en adelante, existe una muestra de más de veinte casos similares (homogeneidad), por lo que he elegido éste como “caso típico”, en la acepción weberiana del término.


David Ortega (Bilbao, España, 1981). Es licenciado en Filosofía con Master en Filosofía teórica y práctica, UNED. Ha escrito un libro de viajes autobiográfico: El último viaje, sobre Alaska (USA); una novela de ficción: Ágape; y una novela negra que pronto estará disponible: Casi héroes. Sus tres escritos están basados en hechos reales. También ha realizado un ensayo sobre los fundamentos ontológicos de la estética: Diaphainon, que obtuvo la máxima calificación en la carrera.

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Um comentário sobre ldquo;Cortocircuitos Generacionales II: Inconsistencias, por David Ortega

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