Quien viaja descubre, rompe prejuicios, se sitúa en el mundo, se orienta después de desorientarse. El verdadero viaje es una aventura que no sabes a dónde te lleva, una ola exquisita que embriaga, desarbola, nos evade y también nos trasciende como meras contingencias. Algo hay en él, formas traviesas que con su manto de regusto onírico cubre las cotas más altas de la episteme. Cuánta novedad, cuántos rostros, paisajes nuevos, nunca vistos antes; tanta información cayendo encima de nosotros, atravesándonos sin piedad y menoscabando nuestros planes. Es entrar en el juego de los dados, el de Einstein y Mallarmé.

Einstein dijo “Dios no juega a los dados con el universo”, en un periodo de tiempo en que la estadística cogía el estandarte de la Matemática (junto a la topología). La ciencia probabilística desde Pascal o Fermat hasta nuestros días alimenta la idea de Azar. Laplace entró en la discusión con una afirmación meteórica: “La teoría de las probabilidades, en el fondo, no es otra cosa que el buen sentido reducido a cálculo”. Einstein vendría a decir que existe más probabilidad de que salga el número 6 en el primer lanzamiento si el dado es de 6 caras, que de que salga el 6 si el dado es de 12 caras. Ahora bien, si tiene que salir el 6 saldrá de todas formas, aunque el dado sea de 100 caras. Si esto último sucediera lo llamaríamos Suerte. Pero, esta Suerte, tanto como la sorpresa por el acierto o la asunción lógica del error, viene dada siempre por nuestro enfoque limitado, nuestra perspectiva de observador. Y esto que parece un pasatiempo tan inofensivo nos retrotrae a la eterna pregunta que tratamos de resolver desde los albores de la civilización. Una pregunta cuyo telón de fondo es enigmático. ¿Somos dioses o hay un Dios? ¿Existe una especie de motor inmóvil con una cadena de motores que hacen de los eventos efectos causales programados como en tiempos de Eudoxo o Calipo? ¿Existe un Dios o la naturaleza como expresión infinita, y nosotros como atributos finitos de Dios, tal y como barruntaba Spinoza?

El “Ser o no ser” de Hamlet nos conduce a la Necesidad y el Azar a la libertad, desde un pensamiento de orden binario, clásico, dualista. Sin embargo, la Entropía de Boltzmann nos legó el logaritmo de la probabilidad y el balance de estado momentáneo del juego universal. Es decir, no existe finitud, estado final definitivo del Universo, desde nuestra óptica actual.

La Unidad ha unido demasiado. Hay pruebas de ello como: el Mecanismo de Turing, los fractales de Mandelbrot, la sección aurea, la aritmética intrinsecada o las constantes de la naturaleza, etc. La tensión, si la hubo, ha desaparecido y tiene que desaparecer según Ley, pues lleva a equilibrio. Fundir en unidad un plural, sin que desaparezcan ni unidad ni pluralidad. Una “armonía multitensa”, como decía Heráclito. Y trasladada por Boulez en la música.

Para dominar el Azar (Caos) sobre el fondo de Necesidad (Orden); los dos “acordes” deben estar “coajustados” multitensalmente en Unidad total.

-“Nunca, jamás, domarás al SER a que no sea”, Parménides.
“Nunca, jamás, domarás al hombre a que no sea hombre”
(Ontología necesaria)

-“Nunca, jamás, una jugada de dados abolirá el AZAR”, Mallarmé.
“Nunca, jamás, una jugada de inventos agotará la creatividad y todo pensamiento es una jugada de dados”

(Ontología probabilística)

Ahora bien, mi descubrimiento de auténtico filósofo fue, que, una vez puesta en riesgo mi integridad física muchas veces, y recibir preavisos de la conciencia que me salvaron, esto hizo que pudiera anticipar ciertos eventos en un corto espacio de tiempo. No siempre, sino sólo algunas veces. Podía acertar la consumación de un evento o fenómeno, sin deducción. Eran intuiciones que despertaban en mí como quien derrama el agua de un cáliz desde un fondo oscuro. Haberme puesto en contacto con la conciencia, en esa armonía multitensa entre el éxtasis del cuerpo y el miedo, y el testigo o doble conciencia cartesiana que nos aguarda, había tenido efectos poderosos en mi mente. Es por eso que, el sábado pasado después de que un amigo se leyera uno de mis libros y me preguntara sobre él, y, mientras me recuperaba de una lesión en el pie caminando por la orilla del mar, le revelé cuál era mi secreto mejor guardado.

 -El deseo es contraproducente. Si deseas algo no se cumple. Es justo a la inversa. La conciencia me dijo: “Todo se hace porque yo quiero” “No eres tú el hacedor”. Tu voluntad está configurada por algo que la conduce, que se está haciendo… Tensores, Vectores y Escalares. De hecho, el universo traslada todos sus movimientos astrales sin el consentimiento de ellos, está continuamente en movimiento por medio de unas fuerzas que no vemos (Esto es lo que no pudo descifrar Newton por falta de tiempo y de instrumentario y habló de las “fuerzas a distancia”, que no son otras que las 4 fuerzas fundamentales del universo conocidas en la actualidad y sus interacciones: Fuerzas nucleares, Fuerzas electromagnéticas, Fuerzas débiles (Interacciones de decaimiento) y Fuerzas de gravedad)

Proseguí con mis explicaciones, mientras las olas rompían y el agua espumosa me acariciaba los pies:

-[…] El flujo no cesa, como nuestra mente no es capaz de agotar la creatividad (Y eso es lo que apuntaba Mallarmé como buen poeta, en 1897, para creer en la ilusión del Azar); es ese fondo permanente en el que viaja nuestra galaxia espiral, como en un vórtice. Einstein estaba en lo cierto: Sólo existe el destino. Estamos confundidos acerca de nuestra capacidad, de nuestro libre albedrío. Hay algo que nos empuja a hacer o a pensar algo, y nosotros autoconscientemente lo hacemos o pensamos un poco después. Somos máquinas que a su vez pretenden construir otras máquinas y jugar a ser Dios. El fondo necesario (Cosmos) y sus fuerzas e interacciones van un paso por delante. El dado cae del cubilete y tú no lo puedes adivinar. El resultado de un partido de fútbol tampoco, porque deseas acertarlo, porque piensas como un “yo”. Porque lo proyectas conscientemente. Tratas de deducir en base a información archivada en la memoria y no siempre lo que sucede parece lógico, o buscas forzar una intuición que no llega porque ésa no es su naturaleza. Aunque Wittgenstein diría sobre lo primero, que sí lo es, porque entra dentro de lo que acaece en el mundo y todo lo que podemos llegar a pensar es un suceso de orden lógico. Pero, es evidente, como decía Hawking que “Dios no sólo juega a los dados, sino que a veces los arroja donde no podemos verlos”. Es decir, hay cosas que nunca podremos llegar a comprender con nuestro entendimiento, con nuestro lenguaje, con nuestro marco de comprensión limitado. La verdad es un misterio que nunca se descifra.

Por otro lado, cuando las cosas no suceden es un lamento fatuo, pensamos en fatalismos e infortunios. Creemos que todos conseguiremos cumplir nuestros sueños y nuestros objetivos. Los gurús, coachs y toda clase de vividores amorales (algunos de ellos mismos abducidos por otros o confundidos, lo cual les atenuaría el grado de amoralidad) se dedican a hacerte creer que puedes conseguir todo lo que te propongas, incluso cosas imposibles. Pensamientos absurdos que no conducen más que a un futuro de desidia y desesperación. Futuro tenebroso en la vejez. Y es que, si todos consiguiéramos tener éxito, el mundo daría un salto cuántico. Es imposible que eso suceda porque el mundo no está preparado para ello, no hay un mercado para que todos ganemos seis mil euros al mes en nuestros trabajos, seamos actores de Hollywood, tengamos un chalet con piscina en la sierra, etc. Es el fraude de las nuevas sectas piramidales. ¿Networking? ¿Firewalking? Etc. Negocios que juegan con el popurrí esotérico erróneo de Paulo Coelho. El universo no conspira en favor de nadie. No discrimina entre el Bien y el Mal. No se centra en ti. Ni los deseos, de los que se despojaron los profetas con buen tino, llevan a ninguna iluminación o a una alta probabilidad de consumación de estos. Eres una hormiga entre millones de toneladas de cemento y otras tantas cúbicas de agua salada, un punto de un bolígrafo en la atmósfera, un átomo crepuscular desde el horizonte de los cinturones Van Allen. Nadie se fija en ti. Ni siquiera tú mismo. Si bien, existen y han existido excepciones, como ciertas personas escogidas, “tocadas con la varita”, que tienen dones. Algunos sabios tuvieron su daimón. Que es como decir que su destino estaba en buenas manos.

Ciertamente, con lo único que cuentas es con la fuerza de la conciencia que va un paso por delante haciéndote hacer lo que haces, configurando tu destino. Ése es tu “libre albedrío” escribiéndose. Su letra es mucho más difícil de comprender que el velo de maya. (La psicología no te servirá de ayuda. Sólo busca patrones de comportamiento, no prevé lo que nosotros entendemos como accidentes, azares, eventos). De hecho, es la “ilusión necesaria” para acabar con nuestra especie. La lucha entre voluntades megalómanas y gregarias, que creen que son y hacen, sin saber que son piezas de un tablero. Así pues, disfruta de tu estancia en el mundo, no ambiciones y sólo anhela la serenidad. Lo demás llegará si entras en el flujo de movimientos que está esperándote.


David Ortega (Bilbao, España, 1981). Es licenciado en Filosofía con Master en Filosofía teórica y práctica, UNED. Ha escrito un libro de viajes autobiográfico: El último viaje, sobre Alaska (USA); una novela de ficción: El secreto de Nina; y una novela negra que pronto estará disponible: Casi héroes. Sus tres escritos están basados en hechos reales. También ha realizado un ensayo sobre los fundamentos ontológicos de la estética: Diaphainon, que obtuvo la máxima calificación en la carrera. Escribe en su web oficial: davidkatabatik.wordpress.com

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Um comentário sobre ldquo;Juego de dados, por David Ortega

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