Hay escritoras con historias desconocidas. Escritoras que escribieron sobre sus padres para condenar el abuso y sobre sus madres para reivindicar su inocencia. Escritoras que no tuvieron hijos, pero los anhelaron. Escritoras que despreciaron a los hijos no tenidos y a los hijos por tener. Escritoras que se arrancaron el vientre de un zarpazo. Hay escritoras que no tuvieron esposos en los años 50, cuando era “necesario” tener esposo para existir. Hay escritoras que cambiaron su apellido luego de casadas y publicaron sus libros bajo su apellido paterno. Ahora, nadie las consigue. Hay escritoras que publicaron libros artesanales en los años 40, escritoras que explicaron que sus prólogos eran escritos por hombres porque decían que así se ganaban la confianza de los lectores. Hay escritoras, todavía vivas, que publicaron grandes libros y que hoy ya no participan en tertulias. No las llaman. No las convocan. No forman parte de homenajes ni de lecturas. Mujeres cuyos nombres son pasados por alto.
Hay escritoras que murieron de un derrame cerebral antes de los 30 años. Sus libros están dispersos, olvidados en algún estante, apilados en algún archivo que ya nadie consulta. Hay escritoras que estando vivas las creen muertas, escritoras que estando muertas les celebran cumpleaños, celebraciones en la distancia, en el recuerdo, despertando una repentina repetición de citas y un “¿qué habrá sido de…?”.
Hay escritoras a las que les dijeron que escribían mal y que lo que necesitaban era sexo. Sexo para aprender a ser mujeres. Sexo para aprender a escribir. Escritoras que escriben libros que solo son comprados y leídos por otras escritoras. Escritoras a las que acusan de solo ser reivindicadas por un movimiento feminista, movimiento innecesario, movimiento pesado que no debería existir porque rescata “lo malo”, “lo que sobra”. Hay escritoras en listas de “las más guapas”. Escritoras que forman parte de titulares porque son “esposas de…”, “madres de…”, “mujeres de…”.
Hubo escritoras. Hay escritoras. Habrá escritoras. Mujeres que escriben. Mujeres recordadas y reivindicadas. Y esto, a algunos les molesta. Otros piensan que leerlas no es necesario. Que publicarlas no es necesario. Que en literatura “hablamos de calidad y no de cantidad”. Que las cuotas son sexistas. Que el feminismo propaga la discriminación positiva. Y así, todavía tenemos a editoriales publicando únicamente libros escritos por hombres. Tenemos a mujeres pasadas por alto en las listas de los manuscritos a considerar, en los eventos, en las tertulias, en las invitaciones, en los festivales, en los jurados de los concursos literarios, en las academias, en las antologías, en las conferencias. Y hay quien todavía cree que debe hablarse de talento y no de cantidad, de calidad y no de género. Y hay quien piensa que no es necesario hablar de esto. Se consumen mega bytes, energía, espacio. Leer esto cansa la vista. Causa ceguera, insomnio. Leer esto cansa. Tanta repetición, tanta insistencia. Esperando, quizá, que esto llegue a alguien que hará una diferencia. Y así, entonces, este será un grito necesario. Otra llamada de atención efectiva. Otro intento valioso.
Oriette D’Angelo (Caracas, Venezuela, 1990). Estudió Derecho en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) y Maestría en Comunicaciones Digitales en DePaul University (Chicago). Autora del poemario Cardiopatías (Monte Ávila Editores, 2016; Premio para Obras de Autores Inéditos, 2014). Seleccionó y prologó la antología de poesía venezolana Amanecimos sobre la palabra (Team Poetero Ediciones, 2017). En 2015 obtuvo el segundo lugar en el I Concurso de Crónicas de la Fundación Seguros Caracas y en 2016 el tercer lugar en el Concurso Iberoamericano de Poesía “Letras de Libertad” de Un Mundo Sin Mordaza.
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