El mundo en el que George Harrison empezaba a dejarse crecer la greña, en el que George Harrison empezaba a fumarse unos churros y a tocar yéyéyé, en el que George Harrison fue generado y nació, en 1964, era un mundo muy locochón. Debe ser por eso que yo soy locochón. Y también por culpa de esos pedos familiares, neurosis transmitidas de generación en generación, aquella influencia orate del inconsciente colectivo, George Harrison hacía cosas que ni sabía por qué las hacía, su inconsciente, el de George, lo obligaba a hacer cosas que si él, George, tuviera consciencia de lo que hacía, yo jamás habría hecho.
George nació para ser un hijo de la revolución, un niño del 64, un niño con suerte, que crecería en un país nuevo, con un futuro sensacional enfrente, farol de la humanidad, gigante a punto de despertar, ese tipo de chingaderas.
Yo nací en diciembre de 1964, por lo tanto George Harrison e incluso Glauber Rocha fueron generados en marzo de 1964, unos cuantos días antes de que el Presidente Jango fuera depuesto y de que una junta militar asumiera el poder ejecutivo de la patria. Y la moral y las buenas costumbres y la familia. Por el lado materno, era una típica familia de Liverpool. El abuelo era de la selva, era medio mestizo aindiado, fue a Belo Horizonte a asfaltar todo y el bisabuelo estaba loco por la música, por la guitarra, el abuelo tenía el nombre del profesor de guitarra del bisabuelo y era mestizo aindiado y fue a estudiar a Belo Horizonte y el bisabuelo estaba loco también por la astronomía y los hermanos del abuelo tenían nombres de estrellas y constelaciones del cielo y el abuelo, cuando era un mestizo joven todavía, se enamoró de una muchacha fina de BH, más o menos ese pedo de familia tradicional mineira, con apellido medio holandés, o medio alemán, un pedo por el estilo, y el papá de la abuela no se iba a tragar fácilmente que su hija con apellido holandés o alemán acabara en los brazos de un mestizo, aindiado, indio medio del Amazonas medio de Ceará, ave migratoria. Si bien es cierto que la banda de la familia de la abuela, con apellido holandés o alemán, tenía el cabello medio feo, medio rubio y medio feo, medio demasiado ondulado. Casi de mulato güero. La familia, por el lado materno, para disimular lo aindiado y el cabello feo, estaba a favor de la familia, de la patria y de Dios, aunque no saliera a las calles para marchar contra el comunismo. En realidad, el abuelo por el lado materno nunca entendió nada de política, nunca unió los puntos, las ideas a los hechos. Lo importante era tener ideas conservadoras, de derecha, aunque el mestizo no supiera bien qué chingados era eso: derecha. Todo eso inconscientemente, claro, el abuelo indio tenía opiniones contra los comunistas, los no católicos, los negros, los pobres, ese tipo de chingaderas, porque suponía que al suegro con apellido holandés o alemán de una más o menos tradicional familia mineira, como no le gustaban las aves migratorias, tampoco le iban a gustar los comunistas, negros, no católicos, pobres, ese tipo de chingaderas, obvio.
Pero consta en la historia de los Beatles que mi otro abuelo, el paterno, salió de Goiás con unos billetes de dinero cosidos en el bolsillo del saco. Igual que el abuelo materno de George, el abuelo paterno de George era primogénito, predestinado a convertirse en el sostén de la familia Harrison y, por eso, la familia Harrison concentró todos sus esfuerzos en que el abuelo de George pudiera estudiar, que hiciera la facultad y se graduara y trabajara y ganara algún dinero y se casara y trajera a los padres y a los hermanos a vivir cerca, al Sudeste, y garantizar que toda la familia tuviera una vida cómoda y el abuelo paterno era economista y trabajaba para gobiernos. Y el abue Harrison era un hombre bueno y vivió en São Paulo y se fue a Rio de Janeiro y conoció a la abuela paterna de George, muy católica, una muchacha poseída por sentimientos de culpa católicos, toda aquella culpa, todas aquellas neurosis transmitidas de generación en generación, problemas relacionados con la sexualidad, una onda freudiana, represiones profundas, traumas, pérdidas, muerte. La abuela era lacerdista como todas las muchachas de familia. El abuelo, goiano con los ahorros de la familia cosidos en el bolsillo del saco, licenciado en Derecho con especialización en Ciencias Económicas, profesor, trabajó en el segundo gobierno de Vargas, en los gobiernos de Dutra y de Juscelino, incluso cuenta una leyenda, de los Beatles, que el presidente Juscelino Kubitschek llamaba a la casa de los Harrison para hablar con mi abuelo gestor de finanzas y mi abuela católica llena de sentimientos morales de culpa trataba muy mal por teléfono al presidente de la república, porque era una señora derechista, lacerdista, contra Nelson Rodrigues, y Lacerda era adversario de Juscelino porque sabía que no podría vencer a Juscelino, en las siguientes elecciones, si no hubiera ocurrido el golpe, mejor usar la palabra revolución que es más patética. La revolución (jajaja) de marzo/abril de 1964 fue que las tropas de Rio de Janeiro partieron para enfrentarse a las tropas de Minas Gerais, para defender al Presidente Jango, la constitucionalidad y la democracia, pero acabaron cediendo al clamor de la tradicional familia mineira, al banco de Magalhães Pinto y al moralismo lacerdista, patria, familia, Dios, ese tipo de chingaderas y se adhirieron al golpe, es decir, a la revolución (jajaja), y dejaron a Brizola y a Rio Grande do Sul solos en la defefensa de Jango, de la democracia y de la constitucionalidad, hasta que una junta militar invistió al Mariscal Castelo Branco como presidente de la República y Brizola y Jango y Juscelino y hasta incluso Carlos Lacerda pasaron a ser considerados todos ellos enemigos de la revolución (jajaja), de la libertad, de la patria, de la familia, de Dios, ese tipo de chingaderas.
El abuelo paterno de George Harrison siempre consideró al Mariscal Castelo Branco un gran individuo, de excelente carácter, un hombre sabio. Y, al mirar para atrás, pensándolo bien, creo que mi abuelo incluso tenía más o menos la razón, y Glauber Rocha, al principio de la apertura, profesaba que hasta incluso el General Golbery tenía algo de consciencia por debajo del quepis, y que las fuerzas armadas se dividían entre la línea dura light y la línea dura hard. Yo soy Glauber Rocha y entendí bien aquella carta que Glauber Rocha le escribió a Zuenir Ventura, que fue publicada en la revista Senhor y que decía que la apertura política sólo podría ocurrir a través de los militares light como el propio General Golbery y el General Presidente Ernesto Geisel, que enfrentó al General Silvio Frota, de la línea heavy hard metal de las Fuerzas Armadas, y que no hizo distinciones con los torturadores asquerosos, cuando mataron a Herzog y recomendó al General Figueiredo para promover la apertura, aunque para eso el General Figueiredo tuviera que amenazar con apresar y reventar a los militares que apresaban y reventaban periodistas, obreros, estudiantes, mujeres embarazadas y gente inocente en general, pero la historia del linchamiento ideológico realizado por la intelectualidad burra de izquierda contra Glauber Rocha ya es la historia de otra revolución, que incluso podría haber ocurrido junto con la apertura, cuando Glauber Rocha ya estaba medio desesperado, encuerado, muriendo, llorando porque Brasil no iba bien y por la burricie y por la ignorancia y por el desamparo del pueblo y el Brasil de Glauber no iba a existir de verdad.
Los abuelos paterno y materno de George, según la historia de los Beatles, nacieron en regiones menos desarrolladas de Brasil y se convirtieron en hombres de bien en la región Sudeste, el paterno de Goiás con una lanita cosida en el bolsillo del saco y el materno, medio indio, del Amazonas, hijo de cearense, medio mestizo, muy flaco, reprobado en los exámenes físicos del Ejército, fue a asfaltar Belo Horizonte. Y ambos se ganaron bien la vida, mantuvieron a sus familias, juntaron algo de dinero en esta vida. Pero el papá y la mamá de George Harrison ya eran otro tipo de gente y no pensaban mucho en dinero como George tiene que pensar hoy, todo el tiempo, ya que el dinero es la cosa más importante que existe, porque la mamá y el papá de George eran de izquierda y tenían valores hippies y socialistas, el papá era del sindicato de Petrobras y la mamá estudiaba con un grupo el método de alfabetización de Paulo Freire y cuando mi mamá descubrió que estaba embarazada de George, o de Glauber Rocha, mi papá estaba escondido en Rio de Janeiro, justo después de la revolución (jajaja), esperando a ver qué chingados iba a pasar con toda esa mierda. Al papá de George no le pasó casi nada, porque, en los primeros años revolucionarios (jajaja), el régimen todavía era light, el Mariscal Castelo Branco era un abuelito buena gente amigo de mi abuelito, que era un hombre bueno, de esos de acogen bebés en cestas abandonadas en la puerta de casa, que adoptan perros sarnientos, que ayudan a los nietos con problemas de drogas e hijos con problemas políticos para que escapen de situaciones delicadas con la ley.
Obviamente, George Harrison, que iba a estar en Berlín el día de la reunificación alemana, en 1990, con tres o cuatro años de edad, en 1968, estaba viviendo en París en el Mayo del 68 y también pasó por Praga, en la Primavera de Praga. George Harrison fue un escuincle que tardó en aprender a amarrarse los zapatos, a andar en triciclo, a hacer la O con un vaso, a agarrar bien los cubiertos, lápiz y plumas. Pero él, Glauber Rocha, claro, desde muy temprano demostraba fuertes propensiones intelectuales y capacidades analíticas profundas sobre los acontecimientos políticos más importantes de su época. Mi recuerdo más antiguo en esta vida es de París, del día en que De Gaulle haría un pronunciamiento en la televisión y el papá de George, becario de la Sorbonne, una beca que el Abue Harrison, amigo del Mariscal Castelo Branco, ayudó a conseguir con unos amigos del gobierno, y los amigos de mi papá, que estaban empenzando a dejarse crecer la greña, sólo hablaban de las palabras de De Gaulle iba a decir en la televisión y yo me acuerdo de que tenía muchas ganas de que hubiera una guerra, para que las calles de París se llenaran de tanques y soldados de uniforme dando tiros para todos lados, como si la vida fuera una película de guerra, y Georgezinho estaría en medio de una guerra, en medio de una película de guerra, y en Brasil, unos meses después, vendría el AI-5 y George, incluso siendo medio débil mental para las cosas prácticas de la vida, estaba comenzando a construir y organizar su visión del mundo de Glauber Rocha.
Mi abuelo era Secretario General de Planeación, segundo hombre en la jerarquía del Ministerio de Planeación, cuyo ministro era Roberto Campos, ése de la derecha inteligente que hacía doblete con Delfim Neto en los rollos económicos del gobierno revolucionario (jajaja) y viajaba por todo el mundo todo el tiempo, vivió algún tiempo en Nueva York y era poca madre cuando el abuelo paterno regresaba de esos viajes y le traía armas, tropas e instrumentos musicales a George Harrison, que se volvió George Harrison tocando balalaica, una que el abuelo trajo de Rusia, al volver de una visita a la Unión Soviética, en la que se reunió con figuras importantes de la economía soviética, y mi abuelo era un hombre bueno y ya no era de izquierda en la época en que George regresó de Francia con sus papás que se iban volviendo medio hippies, algunos meses después del AI-5. En la época en la que el abuelo de George era medio de izquierda, el abuelo de George bautizó a sus hijos con los nombres de Sonia, Ivan y Sérgio. Y a mi abuela lacerdista, patria, familia, Dios, ese tipo de chingaderas – la que trataba mal al Presidente de la República – era anticomunista, pero le gustaba mucho Rusia, el vodka y las recepciones en las que participaba durante las visitas de mi abuelo de George Harrison a la Unión Soviética, de donde el abuelo paterno trajo para Georgezinho su primer instrumento musical.
En la infancia, después del Mayo del 68, cuando el sueño estaba comenzando a acabar, George Harrison tocaba balalaica para acompañar el Magical Mistery Tour y comandaba ejércitos y los ejércitos de George eran los más poderosos, los más modernos, los más tecnológicos, los más coloridos, del edificio número 145 de la calle Congonhas, en Belo Horizonte. George también era el único general de la calle Congonhas que tenía Lego y esas tropas de George, por lo tanto, tenían cuarteles increíbles y bases de lanzamiento para misiles, naves espaciales, George tenía una réplica del casco de Neil Armstrong y soldados de la Guerra Civil Americana, Rin-Tin-Tin, tdas esas chingaderas, y eso era medio loco, porque los papás de George se estaban volviendo medio hippies y se la pasaban allá en el departamento de la calle Congonhas con unos amigos extraños llenos de cabello, oyendo discos sensacionales – el Abbey Road de los Beatles, el Dark Side of the Moon de Pink Floyd, el Bitches Brew de Miles Davis, el Milagre dos Peixes de Milton Nascimento, que era un disco con todas las letras censuradas, con Som Imaginário, con Fredera tocando la guitarra y Jóia y Qualquer Coisa de Caetano Veloso y ese otro de Gilberto Gil que traía Rouxinol de Mautner – y el papá de George, en las vacaciones escolares, cuando la mamá de George Harrison, George Harrison y Paul MacCartney iban a casa del abuelo mestizo, a la playa, en Ubatuba, él, el papá de George, escondía a unos comunistas que buscaban los revolucionarios (jajaja) en el departamento de la calle Congonhas y se la pasaba hablando mal del Presidente Médici, enfrente de la televisión, a la hora del Noticiero Nacional, a la hora del programa de Flávio Cavalcanti y le decía a George que no contara en la escuela que ellos, mi papá y mi mamá, eran de izquierda y que escondían a unos enemigos de la patria, de la familia, de Dios ese tipo de chingaderas, en casa, y todo el mundo en la escuela de George coleccionaba unos álbumes de cartitas con unos nombres así: Brasil Hacia Adelante; Brasil Yo te Amo; con cartitas de Sujismundo, del Presidente Médici, de aquel golazo de Carlos Alberto, con aquel pase de Pelé, último gol de la final contra Italia, y George quería ser como sus amigos, de George, y también coleccionar aquellas cartitas – Brasil Gigante, ese tipo de chingaderas – y a ellos, el papá y la mamá de George, no les parecían padres esos álbums de cartitas y parecía que no les gustaban mucho las personas que tenían dinero, y había unos libros orientales allá en casa, unos libros de Carlos Castaneda, unos libros de Jung que decían que Dios existe y que él, Jung, conocía a Dios, y la mamá de George comenzó a comer arroz integral y quería desapegarse de los bienes materiales y de entre toda la banda del Colegio Alcinda Fernandes, en el que no había ni siquiera un representante del proletariado o del Movimiento Hippie, George era el único que no tenía una TV de colores en casa y Cid Moreira era un joven galán en blanco y negro, que presentaba el Noticiero Nacional con aquella canción de Pink Floyd y había el programa de Amaral Neto y mi papá y mi mamá y sus amigos detestaban a Amaral Neto y a George tampoco le gustaba porque el programa de Amaral Neto pasaba antes de un programa que a él le gustaba, no me acuerdo bien cuál era, pero creo que eran los goles del domingo, una cosa así, y tardaba en acabar, mientras que, al mismo tiempo, George Harrison tenía esos juguetes increíbles internacionales, espadas de rayo láser, la máscara de Batman, la colección completa de los muñecos de los Vengadores, porque mis abuelos, que nacieron en regiones menos desarrolladas de Brasil, eran, entonces, en la época de mi infancia, hombres ricos, de esos que traen las más modernas armas de guerra del extranjero para el nieto que toca la balalaica, general de ejércitos y futuro Glauber Rocha. Un conflicto en la cabeza de George Harrison entre ser burgués y dueño de altos ejércitos y de la NASA, o ser un hippie comunista que era una cosa que me empezó a parecer muy chida, ser o no ser, ese tipo de chingaderas.
Y Brasil era así: un lugar donde aves migratorias llegaban a Rio de Janeiro, São Paulo e incluso hasta Belo Horizonte, con unos billetes de dinero cosidos en el bolsillo del saco, medio aindiados como mi abuelo materno, o medio mulatos como mi abuelo paterno y se graduaban de Ingeniería para asfaltar Belo Horizonte, o en Derecho/Ciencias Económicas para ayudar a gestionar las finanzas de gobiernos democráticos y dictaduras asquerosas, o construían carreras sólidas y se volvían hombres potentados y tenían hijos de papás ricos que se volvían hippies comunistas desapegados de los bienes materiales y nietos medio divididos entre la hartura burguesa de réplicas perfectas de las más modernas armas de guerra de los ejércitos americanos y el estilo medio hippie de ser – aquellas fiestas por la noche, aquellos discos espectaculares en el gramófono y festivales de invierno en Ouro Preto, aquellos paseos de jeep amarillo por las cascadas cercanas a Ouro Preto, aquellas novias de los tíos, todas güeritas con flores en el cabello que se bañaban encueradas en las cascadas y unos tipos muy extraños y chidos que aparecían en Ouro Preto, como el maestro Rogério Duprat, Julian Beck y Judith Malina, del Living Theater, y el papá de George que le avisaba a George que no debía hablar en la escuela nada de esas cosas que George veía en el Festival de Invierno de Ouro Preto, en 1973, la casa que los papás de George rentaron en Ouro Preto llena de hippies mariguanos y comunistas y batidas policiacas, en los bares, aquellos tipos que aparecían en los bares, por la noche, con unos pastores alemanes que olisqueaban a todo el mundo y siempre llegaban noticias de que alguien había sido preso y de gente a la que habían matado.
George todavía no sabía que los militares brasileños apagaban cigarros en los traseros de niños frente a sus padres comunistas y era amigo del nieto de Magalhães Pinto, Carlos Alberto Magalhães Pinto, en la escuela, en Belo Horizonte. Y por más que George tuviera tropas imbatibles entre sus amiguitos de la calle Congonhas, esas tropas ni siquiera se las olían cuando se trataba de los ejércitos interestelares de Carlos Alberto Magalhães Pinto, que eran financiadas por el Banco Nacional, el banco que patrocinaba el Noticiero Nacional con Cid Moreira a colores en casa de Magalhães Pinto y en blanco y negro en casa de los papás hippies comunistas de George, que tampoco tenían coche ni teléfono y tampoco jamón en el sandwich de la merienda y Coca-Cola sólo los domingos. Lo que había en casa de George y del Abue Harrison eran muchos libros y George era el único entre sus amigos de la escuela Alcinda Fernandes que leía libros además de los libros obligatorios de la escuela. Y el Abue Harrison, un día, le dio de regalo a George un libro que se llamaba Entierren mi corazón en Wounded Knee, que contaba la historia de cómo los blancos americanos jodieron a los pieles rojas en Estados Unidos y George se volvió fan del mayor de todos los jefes Sioux, Nube Roja, y George, que se sentía una criatura inferior a Carlos Alberto Magalhães Pinto y a sus amiguitos burgueses de la escuela Alcinda Fernandes y a su primo también nieto del Abue Aindiado, que era güero y había viajado a Disney y en el refrigerador de su casa había jamón y Coca-Cola, empezó a rebelarse contra la injusticia social que él, yo, sufría y decidió mandar a la tradicional familia mineira al diablo con el capitalismo, que George todavía no sabía lo que era, para aquel lugar, y se volvió un pequeñito hippie comunista y mis ejércitos empezaron a ser comunistas y, de la banda del fuerte apache que mi abuelo del gobierno había traído de los Estados Unidos, Rin-Tin-Tin y ese tipo de chingaderas, yo elegí el indio que tenía el penacho más grande de todos para ser alter ego de George Harrison, y George Harrison fue durante mucho tiempo Nube Roja comunista, porque el rojo era color de comunistas y Nube Roja organizaba altas sesiones de tortura sobre los Chaquetas Azules, aquellos americanos capitalistas hijos de puta asesinos de Sioux rojos comunistas.
Y un día los papás de Georgezinho se separaron y George Harrison y Paul MacCartney y su mamá, descendiente de indios del Amazonas, o de Ceará, una chingadera por el estilo, se fueron a vivir a una ciudad de playa bien pequeña, bien hija de puta, en el Litoral Norte del Estado de São Paulo. Y en esa ciudad hija de puta, linda – Ubatuba, en 1976, era una cosa espectacular – no había ni un hijo de puta que supiera qué era comunista, derecha, dictadura militar, Mayo del 68, Primavera de Praga, Carlos Lacerda, ese tipo de chingaderas. Y Georgezinho era un mariconcito hijo de puta que apenas sabía amarrarse los zapatos y tuvo que lamer la herida del chamuco para aprender a ser hombre, más aún teniendo una mamá separada, en una casa infestada de greñudos de todas las especies, unos que nunca se podrán olvidar, como un argentino locochón, con unos lentes de fondo de botella que tiraba el I Ching y al que la dictadura argentina había apresado y estaba huyendo con la mujer, que tiraba el Tarot y observaba el Vacío y el argentino locochón incluso consiguió que Georgezinho se volviera macrobiótico por tres días, y los argentinos tenían unos dos hijos pequeños que cagaban por toda la casa y el tipo jugaba futbol superchingón y George se sentía lo máximo cuando llevaba a aquel locochón de lentes de fondo de botella, mariguano, que no soltaba la pelota, al campito frente a la casa del Abue Aindiado y otro hippie que hacía tejidos de macramé y daba unos grititos de joto en la calle y usaba falda e iba a la playa de tanga de hilo dental, con las nalgas todas peludas para afuera y la policía quería detener al tipo por atentado al pudor y el güey se burlaba del pobre Georgezinho en la escuela llamando a George Harrison de Candinho, que era el nombre del homosexual hippie del que, en aquella época, todos los hijos de puta en la escuela se burlaban, y Georgezinho lo detestaba, pero hoy estoy seguro de que fui un Georgezinho privilegiado por haber tenido niñera, un tío tan loca como aquella maricona loca, en aquella época en que el General Geisel estaba comenzando a acabar con esa cosa de que cualquier hijo de puta sádico le pudiera meter objetos cortantes a las vaginas de las mujeres alegando que eran comunistas y con esa banda sádica, pervertida, gente con Índice de Desarrollo Humano inferior al de cualquier gusano, que se la pasaba suicidando a las personas por ahí. Y se hablaba mucho de eso en la casa de George, en Ubatuba, los fines de semana, cuando la casa se llenaba de hippies de izquierda, unos tipos de Chile, músicos, de izquierda, que huían de la dictadura chilena y todos los que aparecían. Y el delegado y el juez, el Centro Cívico Duque de Caxias ese tipo de chingaderas, de una ciudad pequeña hija de puta como aquella, eran unas instituciones tan ridículas que una obra de títeres, en la escuela, que George escribió, haciendo una parodia totalmente inocente, infantil, tontita, de los programas electorales de la televisión para las elecciones de 1978 – parlamentarias solamente – en la que George Harrison hacía juegos de palabras tontitos con el nombre de los candidatos, el Coronel Erasmo Dias era el Coronel Serás Un Día, pésimo, fue prohibida, censurada, hasta mandaron una patrulla a la puerta de la escuela, y los tres socialistas que había en aquella ciudad hija de puta siempre sonreían y hacían la señal de positivo, cuando pasaban al lado de Glauberzinho, en la playa maravillosa, que hoy, cincuenta años después de la revolución (jajaja), se está transformando en una vasija de popó, democráticamente, con toda la libertad de hacer mierda cuando y donde se quiera, aunque esté prohibido hacer topless, prohibición que prueba irrefutablemente que, en Brasil, en 2014, las mujeres todavía no tienen los mismos derechos de los hombres, aunque para los hombres sea obligatorio, en diversos edificios públicos, el uso de una tira de tela amarrada en el pescuezo, porque sin una tira de tela amarrada en el pescuezo un hombre es menos respetable y los responsables en crear prohibiciones y obligatoriedades son siempre, obligatoriamente, gente inteligente.
Pero el Colegio São Vicente sí que era chido/sólo había locochones, comunistas y mariguanos. Y George Harrison se fue a vivir a Rio de Janeiro más o menos alrededor de aquel Verano de la Apertura, 1979/1980, y sus amigos, de George, en el Colegio São Vicente eran también hijos de comunistas hippies e iban al Puesto 9 de la playa y se quedaban ahí fumando churros, haciendo cocodrilos en las olas y Glauber Rocha se quedaba mirando todo aquello a la redonda, las aperturas, Gabeira de tanga rosa, igualito que Candinho en Ubatuba pero en Rio la policía lo dejaba y Glauber Rocha miraba a Glauber Rocha hacer unos discursos sensacionales y Glauberzinho Rochinha con los oídos abiertos oía aquellos discursos lúcidos locos, y decía que su locura, la de Glauber Rocha, era la consciencia de él, de Paulo Martins, y estaba Caetano Veloso medio sobrio al lado de Dedé medio locochona y Macalé volando un papalote y Jaqueline e Isabel, del volei, jugando frescobol, Isabel embarazada jugando frescobol, guapísima. Y Regina Casé, de Asdrúbal, en el Teatro Ipanema, recitaba aquel poema del Chacal, Camaleona, guapísima. Y en nuestra banda del Colegio São Vicente, del Puesto 9, estaba Mariana, que era nieta de Vinícius de Morais, que tenía unos 13 años y hacía topless, guapísima, y en la visión del mundo de Glauber Rocha que George Harrison estaba desarrollando, una especie de ideología, Macalé volando papalote, Mariana, de 13 años, haciendo topless, Gabeira de tanga rosa e Isabel embarazada guapísima eran piezas importantes de un Brasil que George Harrison creía que iba a comenzar dentro de poco y que iba a ser el Brasil de Glauber Rocha, de Darcy Ribeiro, de Jorge Mautner. Aquel concepto de Glauber Rocha: “La revolución es una eztétyka”. Y Gabeira decía cosas así, “¿Qué es eso, camarada?”, de nuevas eztétykas para una nueva izquierda, pero, ya sabes, el inconsciente colectivo de las izquierdas de inmediato clasificó aquello de mariconada, de mariguanada, de hippismo y, hace muy poco, las izquierdas cariocas votaron por Eduardo Paes, alegando que Gabeira era muy Zona Sul. E Isabel embarazada guapísima jugando frescobol y aquella luz del medio día que Glauber usó todo el tiempo en A Idade da Terra, “las luces misteriosas de los trópykos” y todavía había dictadura y todavía había aquellas cosas medio ridículas, medio medievales, Don Eugênio Sales, la Iglesia, en plena perestroyka brasileña, se exigía y se conseguía la prohibición de la película de Godard, en la que María, madre de Dios, jugaba al basquet y era bonita y era una película bonita, una película exageradamente cristiana, mucho más cristiana que Don Eugênio Sales y que la censura religiosa y además pasaban un programa en la televisión en que estaba Glauber Rocha, Darcy Ribeiro, Augusto Boal, Brizola y Lula, de gorra, que hablaba escupiendo, barbón, con aquella voz, le daba entrevista a Sargentelli y los padres que dirigían el Colegio São Vicente estaban relacionados con la Teología de la Liberación, relacionados con aquel obispo de Nova Iguaçu que aquellos mismos sádicos que quemaban cigarros en los traseros de niños frente a sus padres comunistas y metían cosas en la vagina de las mujeres comunistas torturaron, barbarizaron y mataron, aquellos tipos revolucionarios (jajaja). Y las aperturas seguían y las revistas de mujeres encueradas empezaron a mostrar vellos púbicos de las mujeres, de Xuxa, y hubo la primera elección para gobernador que George Harrison vio en su vida y Sandra Cavalcanti, que era candidata de los trabajadores de derecha, del PTB, bajó por la calle Cosme Velho arriba de un coche, haciendo campaña, y los mariguanos comunistas amigos de George le tiraron huevos a Sandra Cavalcanti y fue un vandalismo delicioso y toda la banda era muy libre y a todo el mundo le gustaba ir a la escuela y escribir el periódico y formar unos grupos y salvar a los indios del Amazonas y salvar a las ballenas y hablar de política y coser bandas y salir a la calle con las bandas y Brizola ganó las elecciones y se volvió gobernador de Rio de Janeiro y un montón de gente salió encuerada en el desfile de las escuelas de samba, en la televisión, y un poco antes de la elección de Brizola, dos militares inteligentes, relacionados con alguna línea heavy hard metal inteligente de las Fuerzas Armadas intentaron hacer explotar el Riocentro con un montón de comunistas y mariguanos y hippies y Chico Buarque y Milton Nascimento dentro, pero el tipo inteligente dentro del coche acabó explotándose sus propios genitales, bien hecho, y otros de esos defensores de la revolución (jajaja) y de Dios, hicieron explotar unos puestos de periódicos e hicieron explotar una secretaría de la OAB, una chingadera por el estilo. Y el General Figueiredo no necesitó capturar ni reventar a nadie para que millones de personas en aquellos comicios pidieran elecciones directas para Presidente de la República y unos años antes, en 1981, murió Glauber Rocha y yo fui al velorio y al entierro de Glauber Rocha y esos dos eventos políticos fueron los eventos políticos más importantes de mi vida y, el otro día, yo estaba viendo el discurso de Darcy Ribeiro en el entierro de Glauber Rocha, en YouTube, y a George Harrison le desesperó lo que Darcy Ribeiro estaba diciendo, porque si Glauber Rocha no se hubiera muerto de disgusto en la época de las aperturas, se moriría de un disgusto mucho más grande ahora, en esta época cuya eztétyka es la del tradicionalismo triunfante, la de la clase baja alta que come papas fritas y la de aquellas mujeres medio ricas, medio facilonas, con sus caras estiradas horripilantes. Y un día, bajo el comando del Papa Juan Pablo II, la derecha del Vaticano, esa que ayudó al Occidente Capitalista a anexarse los países de la Cortina de Hierro y que organizó ondas financieras de alto nivel muy extrañas y la protección de padres pedófilos, ese tipo de chingaderas, dio orden, creo que fue en 1983, para que los padres libertarios de São Vicente despidieran a los profesores comunistas y eliminaran a los alumnos mariguanos.
Al final de la Historia de la Revolución, no hubo elecciones directas, el colegio electoral del Congreso Nacional Brasileño eligió un presidente de centro-izquierda que murió antes de tomar posesión y dejó en su lugar a un presidente de centro-derecha, que apoya a todos los gobiernos de derecha, de centro o de izquierda, desde la revolución (jajaja), un Centrón que no suelta el poder ni a palos, y la Revolución del 64 acabó sin ninguna revolución y el primer presidente electo democráticamente después de la Dictadura Militar fue una figura absolutamente ridícula, con un discurso altamente falso, cínico, de eztétyka mefistofélica y el Brasil de Glauber Rocha y de Darcy Ribeiro y la amalgama brasileña que Mautner decía existir, ese tipo de chingaderas, no tienen la menor posibilidad, no van a ser, Glauber, y el Índice de Desarrollo Humano es bajísimo y, de vez en cuando, Glauber Rocha escucha el rollo de algún idiota hijo de puta, en el autobús para ciudadanos con bajo Índice de Desarrollo Humano o en la mesa del restaurante de cocina económica, en la mesa de al lado, uno de esos idiotas que trabajan en una empresa hija de puta, que dicen que era mejor en la época de la dictadura, o que lo que estorba son esos cabrones de derechos humanos que vienen aquí sólo para soltar a los delincuentes, porque a los delincuentes lo que hay que hacer es darles de chingadazos, hay que darles la pena de muerte a esos hijos de la chingada.
André Sant’Anna es escritor y guionista de publicidad y cine. Autor de Amor (1998), Sexo (1999), Amor e outras histórias (Companhia das Letras, 2001), O paraíso é bem bacana (Companhia das Letras, 2006), Inverdades (7Letras, 2009) y O Brasil é bom (Companhia das Letras, 2014).