Epitafio de amor

Mediante esta revista, conocí a una mujer de espíritu universal. Universal en su belleza (mixta/unión) y universal en tanto se denominaba a aquellos “hombres del Renacimiento”. Genios polifacéticos o polímatas, cuya luz abarcaba diversas áreas científicas, oficios y artes, que para el común de los mortales es como un coto privado de caza. Estaba ante aquella mujer, de bello nombre, a la que la divina providencia, en su gracia, le regaló unos dones y le dio para equilibrar la balanza, una piedra de Sísifo como una bola de Atlas: una vida plagada de fatalismos e infortunios de diversa índole, a los que su espíritu universal había sabido sobreponerse. Alguien extraordinario que pinta, toca el violín, practica ballet de manera sobresaliente, fabrica poesías inconmensurables, habla diez idiomas, etc. y cuya erudición ha sido demostrada y puesta a prueba por activa y por pasiva, sin ambages; incluso su humor tiende como su pensamiento a la transversalidad. Una polimatía como la de Leonardo Da Vinci, cuyos talentos estaban fuera de toda duda. Un genio, tal y como se nos presenta de modo arquetípico, lejano, remoto para todos nosotros, miembros de un inframundo que consideramos “Mundo”. Desde toda objetividad y frialdad posibles, más allá de enamoramientos que consoliden la nebulosa de mis percepciones, estaba ante quien no puede existir, pero existe. Una mujer-tesoro.

El genio malvado y la maldición del genio

Maurus Servius Honoratus decía que existían dos genios. Tal y como decía Horacio en sus “Epístolas”: el genio muta. Y cuando impera el espíritu malvado que se le apareció a Casio, uno debe echarse a temblar. Nietzsche, que indudablemente estaba poseído por el genio malvado y creía en el eterno retorno y el vitalismo oriental, escribe en “El crepúsculo de los ídolos”: “Los grandes hombres, como las grandes épocas, son material explosivo en quienes una tremenda energía se ha acumulado; el prerrequisito siempre ha sido, histórica y psicológicamente, que un prolongado ensamblaje, acumulando y preservando, les ha precedido – que no ha habido explosión en mucho tiempo.”

El genio malvado de la mujer-tesoro estuvo a punto de liquidarme, literalmente, porque la admiraba y la amaba profundamente. Sin embargo, no pude por menos de sentir compasión por la demostración de su mitomanía, sadismo, narcisismo y demás síndromes, que aparecían y desaparecían por fases. Todo ello me hizo pensar en los genios y tratar de comprender mejor la naturaleza de su mente. Mi empatía y compasión me llevaron a pensar también en cuán negro se volvería el mundo si todos los genios fallecieran de golpe, en un mismo día, y, sobre todo, ella, una mujer que piensa en la muerte tanto como Virginia Woolf o Sylvia Plath. Que la sobrevive, más bien. Su existencia es necesaria para los que son “normales” o “mundanos”, a pesar de todo. Porque ser más inteligente o más brillante nunca es suficiente. Y es que muchos creen que no existen los genios y otros que hay genios por todas partes. ¿Cómo olvidar a Annie Hall sacando de quicio al alter ego de Woody Allen, creyendo ver genios en cada exposición?

El genio no triunfa, no prevalece, esos son los menos, la cúspide del reconocimiento social se le niega, precisamente porque es un genio. Vive desacoplado de sus coetáneos. Y cuenta siempre con un contrapunto, una condena superior a cualquier problemilla o accidente que puedan tener los proyectados a triunfar, como seres del “inframundo” que son, el que reafirma y consolida periódicamente nuestra mediocridad.

Los rasgos fenotípicos característicos del genio son los siguientes: La frente socrática o dostoievskiana, de gran amplitud; y los ojos abiertos al mundo, grandes, de mirada penetrante, esquivos, melancólicos, a la par que vivos y más brillantes de lo normal. En ellos parece haber un microcosmos. (Ten por seguro que la morfología del rostro no es un decorado formado al buen tuntún, sino una gramática del espíritu, toda estructura lo es, como bien sabía H. Focillon)

El infante de un monarca o el hijo de un famoso de postín nacen con la condena de no poder ser ellos mismos, cosificados para siempre por la figura de quien les precede, mientras que el genio suele tener esa posibilidad, ese origen humilde, incluso demasiado humilde, que le da la posibilidad de luchar por sí mismo. Pero siempre cargará con una condena que se le asignará más temprano que tarde, más allá de la miseria o la precariedad económicas. Ésta suele ser una enfermedad o patología crónica, y/o una muerte prematura. Es la maldición que equilibra la balanza. El patrón sigue haciéndose, como la sección aurea. Y vemos casos y más casos de quien tiene unos talentos sobresalientes y permanece denostado o en el anonimato kafkiano, asimismo, su salud camina sobre el alambre.

Otro detalle que anuncia el vínculo entre la enfermedad y el talento es la hipersensibilidad (La hipersensibilidad atiende a un cuadro médico específico elaborado por Gell y Coombs en 1963, en la que las diversas patologías vienen marcadas por mediadores del sistema inmunológico, es decir, por los anticuerpos o células inmunitarias. Dicho cuadro sigue vigente, actualmente)
Ahora todo el mundo cree ser hipersensible (se ha puesto de moda democratizar este concepto como un rasgo de personalidad nuevo y servir de autoayuda para personas que simplemente son más débiles de carácter y viven victimizándose), pero eso se demuestra con un componente moral asociado muy fuerte, una extraempatía, introversión, una capacidad de abstracción muy elevada, etc. hasta que surge el genio malvado. Es por lo que se suele enfermar. Se puede decir que el carácter del genio es proclive a verse afectado y somatizar la carga de su arduo trabajo, por su condena, o por personas tóxicas que dañan su salud. Son almas incomprendidas, atormentadas y errantes, que sienten de una manera más intensa, que aman la soledad porque no ven en el mundo a ese “otro yo” que les reconozca y les acompañe en sus vidas. Suelen ser vidas extrañas, su biografía es material literario y dedican a la muerte demasiados pensamientos furibundos. No en vano, tienden a la autodestrucción y a causar daños colaterales severos en las personas de su entorno.

La inspiración: ¿Cómo captar musas?

Recuerdo haber acudido a una tertulia donde el anciano escritor Ramiro Pinilla, daba una charla sobre escritura creativa y literatura. Se hablaron de muchas cosas, en realidad, pero fue en la parte de ruegos y preguntas, en la que una asistente le realizó una cuestión bastante típica, repetitiva y de regusto infantil, aunque no por ello, interesante, entretanto cada persona tiene una opinión bien distinta acerca del asunto:

“¿Para ser un escritor de éxito hace falta talento o es el trabajo y el esfuerzo el que te lleva exclusivamente a lograrlo?”

Ramiro, en su postura de piedra patriarcal, incólume e impasible, acariciaba el extremo del bastón, e iba excusándose de antemano por dar una opinión personal. Según él, no existía el talento. Era una falacia. Sólo existía el trabajo, esforzarse, perseverar… había que perder muchas batallas antes de lograr una victoria; en este caso, sería obtener en el formato que uno quiera, una obra decente. Había que leer mucho, hasta la obsesión, y seguir en la práctica del lenguaje, penetrar en el universo de las palabras y sus posibles combinaciones. Trabajo, trabajo y más trabajo. Luchar hasta conseguirlo. Una vez más resonaba la recurrente moral del trabajo y el concepto de hombre creador marxista.
La mujer asentía como si el escritor hubiese necesitado de su aprobación para hacerle más ligera la cháchara (como se nos había anunciado, Ramiro no gustaba de esa clase de encuentros a pesar de que llevaba desde hacía muchos años siendo el alma máter de un taller literario) o como si acabara de sentar Cátedra. Sin embargo, otra mujer, más audaz y menos conformista, le puso sin querer en un brete. Mientras, en mi cabeza, había un gran escándalo de risas que apenas lograba acallar. Venían a mi mente en cascada: Mozart, Bach, Beethoven, Stockhausen, Durero, Velázquez, Rembrandt, Dostoievski, Mauppasant, Höderlin, Rimbaud, Hilbert, Riemann, Maxwell, Noether, Curie, Leopardi, Newton, Lavoisier, Leibniz, Voltaire, Laplace, Kant, Spinoza, Galois, Einstein, Gödel, Aristóteles, Wittgenstein, Ramanujan, Tesla, etc.

La pregunta de la segunda mujer fue:

“¿Y cómo le llega la inspiración? ¿Tiene algún método a la hora de ponerse con la temida hoja en blanco?”

Ramiro contestó: “Sí, tengo mi biblioteca. Siento la necesidad de leer a Proust antes de ponerme a escribir. Es mi inspiración”
Me dieron ganas de decir: “No hay más preguntas, señoría”. Pero, me detuve y acallé por un instante todas las risas que desbordaban con mucho aquella situación tan cómica, quizá por el respeto que me merecía su persona. Al fin y al cabo, todos nos contradecimos constantemente a causa de ideas prefijadas que queremos creer y no sostienen un análisis riguroso. La cuestión, como casi siempre, se resuelve de manera ockhamiana. Es todo mucho más simple: Si tienes talento, hay inspiración sin necesidad de leer a Proust. El talento y la inspiración son elementos consustanciales, forman parte de lo mismo. Hay un Eureka, un chispazo genuino como el de Arquímedes; es la confabulación de tu habilidad extraordinaria y la intuición: una predisposición genética para captar musas. La extraordinaria habilidad es una propiedad, y toda propiedad es inherente a una estructura en todos los órdenes y categorías de conocimiento humano. Mientras escribo esto, recuerdo haber leído un “libro menor” de Dostoievski, como “El Jugador”, y quedar maravillado al saber que no lo había escrito, sino que lo había dictado entero de forma espontánea a su secretaria, la cual acabó enamorándose perdidamente de él, tras el punto y final, habiendo sido testigo de aquel derroche de talento tan avasallador.

Democratizar la Genialiadad: Tabula Rasa.

Actualmente, hay un neoliberalismo globalizador sin verdades sólidas como el que propugna Soros, que democratizan e igualan a todo el mundo (Véase: “La sociedad abierta”). Por lo que todos tenemos derecho a sentirnos también genios. “Todos somos únicos. Todos somos genios”, es el lema concluyente de “Centros genios”, una especie de empresa educativa que trata de implementar un método innovador en las escuelas de España para formar genios. Se entiende que no hay cualidades innatas, como declama el empirismo, sino que todo el mundo puede despertarse un día con aprendizaje y encomiable labor, con los dedos del arpista o de un Mozart. Exclusivamente con eso. Así, hay una pléyade de videos, blogs, libros, etc. difundiendo una estafa para ganar adeptos: se incurre en generalidades en las que cualquiera puede identificarse como un genio y así mandar un mensaje positivo.

Pero, lo cierto es que por mucho que te esfuerces no podrás correr nunca como Usain Bolt y por mucho que practiques no llegarás al nivel futbolístico de Maradona, si no eres una persona escogida entre millones de personas, que posee un talento especial como ellos. Es obvio que tendrás que practicar y esforzarte en cada cosa que emprendas, como también lo tuvieron que hacer ellos, pero si tuvieras el talento de un genio, ese esfuerzo vendría como consecuencia lógica de percibir en ti la plenitud que supone saber que algo se te da de forma sobresaliente. Por lo tanto, el lugar que ocupas en el mundo es el que es. No fantasees. Trata de desarrollar tus talentos si los tienes, y si no, simplemente haz lo que te haga feliz. Ante todo, deshazte del victimismo. Descúbrete a ti mismo. Hay personas que tienen talentos ocultos que no han desarrollado, pero la gran mayoría no los tiene. No son sobresalientes, no destacan en nada. Pero, ser modesto o mediocre no implica ser vulgar. Se puede ser también notable. Además, si no tienes dones, tienes grandes probabilidades de tener una vida “fácil”, sin soportar auténticas piedras de Sísifo, como le ocurre a la mujer-tesoro, por lo que destacar no siempre es plato de buen gusto. En ese caso, deberás buscar la plenitud en las cosas materiales, sin autoengaños y egocentrismos peligrosos, disfrutando de aficiones que para ti sean divertidas. Aceptar tus capacidades y desarrollarlas al máximo, ubicándote en el mundo inframundano. A no ser… que seas un verdadero genio.


David Ortega (Bilbao, España, 1981). Es licenciado en Filosofía con Master en Filosofía teórica y práctica, UNED. Ha escrito un libro de viajes autobiográfico: El último viaje, sobre Alaska (USA); una novela de ficción: Ágape; y una novela negra que pronto estará disponible: Casi héroes. Sus tres escritos están basados en hechos reales. También ha realizado un ensayo sobre los fundamentos ontológicos de la estética: Diaphainon, que obtuvo la máxima calificación en la carrera.


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5 comentários sobre “La mujer-tesoro, por David Ortega

  1. Muchas gracias, Pilar. Escribo muy poco, pero si quieres leer más, te recomiendo mi libro:

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    Saludos.

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