En los diferentes etapas del proceso histórico social mundial, en las distintas sociedades y formas organizativas que conocemos, las mujeres han sido sistemáticamente asesinadas por el hecho de ser mujeres. Golpeadas hasta la muerte, quemadas vivas, cremadas, ahogadas, estranguladas, asfixiadas, ahorcadas, condenadas a la muerte por inanición, acuchilladas, baleadas con armas de fuego, envenenadas, degolladas, decapitadas, desmembradas, enterradas vivas; pero las verdaderas razones de estos asesinatos han sido por desafiar el mandato de la feminidad impuesta, de la heterosexualidad obligatoria, por no supeditarse a la dominación masculina, en definitiva, por atreverse a cuestionar un destino que se le presentaba como inevitable e inmodificable.

Estos asesinatos para realizarse y establecerse como mecanismo de dominación y control social de la feminidad, debían gozar de aceptación, así como, de altos niveles de difusión, lo cual solo podía concretarse a través de una femicide culture. Esta femicide culture (cultura femicida), es aquella que subvalora la vida de las mujeres en relación a la vida de los hombres, en la que se les concibe como prescindibles, pero sobre todo, como sustituibles. Una cultura femicida es aquella donde se acepta, naturaliza y justifica el asesinato de mujeres por el hecho de ser mujeres, donde se permite su asesinato, se deja que ocurra con beneplácito o se encubre garantizando su impunidad. Además, puede considerarse como una cultura femicida, aquella en la que se promociona, promueve e incita este tipo de crímenes mediante su transmisión en los distintos agentes socializadores, así como, a través de su cotidianización en los distintos productos culturales desarrollados desde el pensamiento androcéntrico patriarcal.
Uno de los medios a través de los cuales se naturalizó e institucionalizó la cultura femicida fue a través de la literatura; textos como Othello: El moro de Venecia (1603) de William Shakespeare, Justine o Los infortunios de la virtud (1791) del Marqués de Sade, La balada de la cárcel de Reading (1897) de Oscar Wilde, El túnel (1948) de Ernesto Sábato, entre otros, contribuyeron a normalizar el femicidio como un acto indiscutiblemente asociado al amor y al placer, pero sobre todo, como forma válida y aceptada para la resolución de los conflictos. En esta narrativa las mujeres son concebidas como propiedad de los hombres, quienes detentan el poder para decidir sobre sus vidas, de acabar con las mujeres cuando ya han cumplido el rol social que se les ha impuesto, es decir, cuando ya no aman a los hombres, cuando los rechazan o cuando ya los han satisfecho sexualmente.

No obstante, aunque “las estructuras y las instituciones sociales e ideológicas de la supremacía masculina actúan para constreñir a las mujeres, ellas no son pasivas, por el contrario, muchas mujeres resisten o luchan contra su opresión y sus opresores utilizando diversas estrategias” (Wise y Stanley en Hester, 2006, p. 93). Al respecto en los últimos años, el femicidio como forma de aniquilamiento físico y simbólico de las mujeres, ha comenzado a formar parte de las agendas feministas. Las mujeres de forma individual y colectiva alrededor del mundo se han organizado para investigar, protestar y denunciar el femicidio; diseñando estrategias y mecanismos para su abordaje, prevención, atención y sanción, pero sobre todo, generando herramientas para deconstruir la cultura femicida y por tanto contribuir a la erradicación este fenómeno.

En este contexto, las mujeres a través de la literatura y específicamente de la poesía han logrado sacar los femicidios del anonimato, de la privacidad del hogar -en donde han intentado mantenerlos la narrativa mediática-, así como, desproveerlos progresivamente de las justificaciones de “emoción violenta” conocida como “crimen pasional”. En el caso latinoamericano, las mujeres desde la poesía feminista han denunciado los femicidios, los han colocado en la palestra pública y han motivado su discusión. Entre ellas es posible destacar a la poeta guatemalteca Isabel Ruano (1945) quien en su poema “El silencio cerrado” denuncia el femicidio, pero también la complicidad y la indiferencia social ante este crimen: “Nadie abrió la boca ni nadie dijo nada. Y ese silencio, hermanos, nos ha vuelto culpables. Nos quedamos callados, ni una protesta, ni una sola palabra se pronunciaron. Nada se dijo. Y todos fuimos cómplices de los canallas, todos quedamos con las manos embarradas de lodo. ¡Todos la violamos! Todos le arrancamos los pezones a mordiscos. Todos le sorbimos la sangre de los pechos ultrajados. ¡Cuando aún estaba viva! Y es que la bestia anda suelta. En todos los corazones. Y ese silencio de todos Es el silencio de la bestia saciada, es el silencio del culpable, de los cómplices. Porque ahora todos. Somos los asesinos de Rogelia”.

La también guatemalteca Guisela López (1960) en su poema “Ni una más” visibiliza la gravedad del femicidio, intenta concientizar y sensibilizar sobre este flagelo, al mismo tiempo que convoca a la protesta social desde el arte y la literatura: “No podemos cerrar los ojos al terror, su laberinto podría devorarnos. Para contener esta sombra que se cierne, sumemos nuestra voz a la palabra, hagamos pactos de amor, treguas de dudas, que no falten rosas, ni versos, ni canciones. Seamos intolerantes al silencio, para que, Ni una más, sea despojada de abril, del viento y de la lluvia”. La chilena Silvia Cuevas Morales (1962) con “Razones para protestar” también se pronuncia sobre el asesinato de mujeres por el hecho de ser mujeres. En este poema pone en evidencia una de las formas de femicidio más común, el íntimo, es decir, aquel cometido por parejas o exparejas; pero también desenmascara la revictimización de la que son víctimas las mujeres por parte del Estado y de las instituciones de justicia: “Mientras eliminan centros de acogida y cierran el Ministerio de Igualdad, las mujeres siguen siendo asesinadas por quienes supuestamente ʺlas amanʺ y las apalean en la privacidad de su hogar”.
La colombiana Jhoana Patiño (1982) en el poema “Lapidadas murieron” plantea que el femicidio es un fenómeno universal, de cuyo riesgo ninguna mujer está exenta en una sociedad patriarcal; que ataca sin distingo de clase social, formación académica, pertenencia étnica o racial, preferencia sexo-afectiva, aspecto físico o personalidad: “Y mueren las mujeres; quemadas, desfiguradas, mutiladas, enterradas vivas, perseguidas. Unas por bellas, otras, por feas. Unas por pobres, otras, por ricas. Algunas por locas, otras por cuerdas. Unas por necias. Sometidas, azotadas por dentro y por fuera. Mueren y morirán por no ser hombres, por tener vientre”.

Finalmente, es posible rescatar la obra de la poeta argentina Flor Codagnone (1982) quien a partir de las reseñas de femicidios reales en los medios de comunicación, construyó un poemario sobre la temática titulado Filos (2017), en el que denuncia las atrocidades del sistema patriarcal y poetiza sobre la crueldad de los asesinatos machistas: “Estoy fingiendo que no te quiero, que no me importa la hoguera, la bolsa negra, la asfixia terrena, el vientre herido, el residuo del residuo en el que me convertís, cada vez que te molesta mi sexo. Cada cadáver de mujer soy, cada cadáver de mujer, soy cada falta, cada mujer que falta”. De este modo, es posible afirmar que, aunque la creación literaria ha sido un vehículo para la difusión y reproducción de la cultura femicida, también se ha convertido en un escenario para la visibilización, denuncia y sensibilización ante el femicidio; el cual sin dudas se constituye como una de las principales amenazas a la igualdad en la sociedad contemporánea.


Esther Pineda G (Caracas, 1985). Socióloga, Magíster Scientiarum en Estudios de la Mujer, Doctora y Postdoctora en Ciencias Sociales, egresada de la Universidad Central de Venezuela. Autora de los libros “Roles de Género y Sexismo” (2011), “Las mujeres en los dibujos animados de televisión” (2013), “Bellas para morir” (2014), “Machismo y Vindicación. La mujer en el pensamiento sociofilosófico” (2017), entre otros.

Hester, Marianne. (2006) La brujo-manía en Inglaterra en los siglos XVI y XVII como control social de las mujeres. En D. Russell & J. Radford (Ed.), Feminicidio. La política del asesinato de las mujeres (pp. 77-100) México, D.F., México: Universidad Nacional Autónoma de México.

Publicado por:Philos

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