Reflexiones en torno a la palabra poética y su relación con lo sagrado¹

No sabemos qué es la muerte. Sin embargo, se encuentra permanentemente cerca, todos los días la nombramos, sabiendo que ella vive oculta en su nombre. Todos los días hablamos con ella. Cada palabra es de ella. Ella se las traga o las engendra. Todo sonido, toda imagen, todo resplandor le pertenecen.
La poesía es un eco tenue de la muerte. La poesía es una búsqueda inútil de su nombre. Es encontrarla incluso evitándola. La poesía viene de la muerte porque es una manifestación de lo más vivo. Nos remite a un dolor primero, a la oscuridad absoluta o al albor máximo. Es la anulación del ser y también su centro. Es el encuentro con las cosas, la palabra convertida en animal, el hallazgo de nuestra animalidad en la palabra -puesto que es su lado instintivo, primigenio, salvaje e inocente, sabio.
La muerte como el nombre oculto de la vida remite a un sentido sagrado del mundo y de todo lo que en él es. Muerte y vida son la misma cosa, dos caras del gran misterio que juegan y se confunden.  Por medio de la poesía “resuena la muerte, no la de un hombre en particular, sino el morir del ser, ese morir anónimo, indiferente, eterno”, dice Hanni Ossott en Memoria en ausencia de imagen. Memoria del cuerpo (Obras completas, 725.). Ese hálito universal aún puede hablarnos por medio de la palabra, pero no de la palabra común, cotidiana, convencional, sino de la palabra arrancada del uso regular que la hace entidad ilusoria; devuelta a su estado primigenio, a su máxima realidad por medio de la actividad poética.

La poesía es un eco tenue de la muerte.

La palabra cobra vida en el poema, y a la vez no puede estar más cerca de la muerte. Se vuelve Naturaleza por medio del sonido y el ritmo; refleja las cosas o incluso se funde con ellas. Es materia vital que además tiende puentes entre todo lo existente, reúne el mundo en una conciencia universal y nos hace participar de ella, borroneando nuestros límites. La poesía conquista lo imposible: trastoca el lenguaje, rompe e instaura reglas, desplaza los significados y los multiplica, en ella coexiste lo antagónico y contradictorio; se vuelca hacia el caos, establece relaciones insólitas, utópicas entre las palabras, rompe las prohibiciones.  Entonces el lenguaje es un juego y una fiesta, una desobediencia al tiempo: es el ámbito de lo sagrado.
(…)
El acto de escribir conlleva necesariamente una escucha. Las imágenes surgen a veces, al menos aparentemente, como revelaciones; y en otras ocasiones vivimos conscientemente su incubación en nosotros: al principio son larvas, sombras escurridizas que van tomando cuerpo con el pasar de los días, por medio de la atención necesaria y la capacidad para identificar sus llamados. El posterior trabajo práctico y artesanal al que es necesario someter al poema luego de “nacido” es casi tan importante como ese tránsito que realiza a través de nosotros, ya que el ritmo, la musicalidad, aunque muchas veces surgen de manera espontánea, otras veces son algo que debe buscarse. El poeta es también un artífice y un traductor. (…)
Esa escucha es revelación y rebelación. Es un acto insurgente en contra de la dictadura de la racionalidad, del ruido, de la máscara. Es una reivindicación del ser, de su sabiduría y divinidad, de la real presencia y dignidad de las cosas y los seres del mundo.
Mediante esa escucha el poeta experimenta lo sagrado y se acerca al rumor del abismo, a la cara oculta del ser, “el saber poético es un saber negativo, pero de una negatividad hablante y afirmadora”, nos dice Hanni en Memoria en ausencia de imagen… (Obras completas, 762.). Ossott, además de acercarse líricamente al tema de la muerte, en casi todos sus ensayos aborda de una u otra manera la estrechísima relación entre muerte y poesía: Rilke, quizá la figura que ella más admiró y estudió, canta a la muerte y la reivindica como dimensión íntima, y además, en mi opinión, estética del ser: “…y, de pronto, aislados/ espejos que en ondas expanden la íntima belleza/ y la recobran de inmediato para el propio rostro./ Porque para nosotros sentir es diluirnos./ Ah, nos exhalamos y nos disipamos de llama/ en llama damos un perfume cada vez más tenue.” (Elegías de Duino, 28-29). En Cómo leer la poesía, por ejemplo, Hanni pone de manifiesto que “por el contacto con la muerte el poeta celebra la vida” (102.), siendo “el poeta hoy el encargado de mostrar una parte de la muerte inexpugnable” (103.), o también “el hombre que habla con los muertos” (103.) en una época en que ese aspecto de la existencia es ignorado y subestimado.
A través de lo simbólico accedemos al estadio arquetípico, inconsciente de nuestra psique. En el símbolo se reúne el saber negativo con cierto saber tangible, señalable; es portador de algo arcaico e inmemorial que resuena en nosotros, y también de aquello que entra en relación directa con nuestra experiencia y conocimiento fáctico; acciona en múltiples niveles. El alma se manifiesta por medio del símbolo con toda su sabiduría originaria: nos mueve y nos movemos por medio de él sin que logremos dar con su exacta presencia; nos conecta con algo familiar y a la vez desconocido; “es la expresión suprema de lo que se presiente, pero aún no se reconoce” (Chevalier, 23.). La poesía está preñada de esa pulsión primera que es fuente de vida y de muerte; de una vida que perpetuamente muere, de una muerte que siempre florece.

¹Este texto es un fragmento corto del ensayo introductorio que presenté, en conjunto con un poemario, como tesis de grado de la Licenciatura en Letras, en la Universidad Central de Venezuela, año 2012.


Cristina Gálvez Martos (Caracas, Venezuela, 1987). Escritora e poetisa, colunista da Revista Philos e Licenciada em Letras pela Universidade Central da Venezuela. Participou de diversas antologias poéticas editadas na Venezuela, Porto Rico, Argentina e Reino Unido. Fez parte de diversas oficinas de criação literária, entre elas a coordenada pelo poeta venezuelano Armando Rojas Guardia. Entre os anos de 2013 a 2015 se dedicou às oficinas da Casa de las Letras Andrés Bello, promovendo cursos literários, de ortografia, redação e interpretação de textos. Estudia Diplomado en Gestión Cultural en Fundación Itaú.

Publicado por:Cristina Gálvez Martos

Cristina Gálvez Martos (Venezuela/Uruguay, 1987). Caraqueña. Lic. en Letras por la UCV. y profesora de inglés-. Escribo, sobre todo poesía y ensayo. Traduzco poemas del inglés al español. Obras publicadas: Psicopompa (Monte Ávila Editores, 2015), Bicorne (Casa de las Letras Andrés Bello, 2016), Fauna de Cal (Casa de los Escritores del Uruguay, 2020).

Um comentário sobre ldquo;Florecer desde la muerte, por Cristina Gálvez Martos

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