La nada es un huevo de frágil cáscara. Si dejamos nacer la nada en nosotros, notamos que es una cosa muy valiosa y muy verdadera. Todas las cosas falsas carecen de esa raíz espiritual de la nada.
La luz, que inunda toda la habitación, vibra a través de mis párpados. Aguijón de consciencia, voz invisible que toma cuerpo, vino que al orearlo deja su rastro en el cristal y cuenta una historia, entre la lengua y el paladar. La luz, en lo profundo, danza y ríe, es puro goce.
Vivo en una ciudad de calles silenciosas, adoquines y hojas amarillas. De balcones con señoras en camisón, regando las plantas o tomando mate en silla de lona. Una ciudad donde el agua siempre está próxima.
Vivo en esta ciudad. Voy a cumplir 32 años y estoy lejos de mi madre.
El canto del sol viaja en murmullos: la circulación de la sangre; el roce de la sábana sobre el cuerpo, cuando te deslizas a medianoche cuidando no despertar al otro; el ronroneo de los gatos; los motores incesantes de los autos en la avenida; el muro pintado de verde que hace eco a una conversación. El canto del sol queda en todo lo que toca.
Caminando, siempre encuentro el mar. Todo se diluye, pero late.
Las ciudades son seductoras porque nunca se muestran del todo. Los pensamientos toman el ritmo, los sonidos de las ciudades. Así, poco a poco, nos convertimos en ellas.
Las ciudades son cajas de bombones, cajas de música, cajas de resonancia. Las ciudades son tapices de historias. Para quien acaba de llegar son dibujos infantiles, con trazos escasos e ingenuos. Poco a poco, son mapas inconclusos, lagunas con peces de la memoria.
No es lo mismo para quien vive la ciudad como algo que nunca va a realizarse. Como un lugar que contiene una idea de sí que no se hará cuerpo, no se hará consciencia, porque supone dejar morir algo propio que vive sin suelo, en la nebulosa.
La cigarra canta al sol. Un murmullo adentro canta a la vida.
La nada es un impulso. Permito a mis pies tocar este suelo y tal vez me dejo ser luz, luego cuerpo. Me dejo brotar, como una planta en un balcón. Con todo y esa anomalía, esa doble raíz, esa hermana fantasma que me acompaña.
Cristina Gálvez Martos (Caracas, Venezuela, 1987). Escritora e poetisa. Licenciada em Letras pela Universidade Central da Venezuela. Participou de diversas antologias poéticas editadas na Venezuela, Porto Rico, Argentina e Reino Unido. Fez parte de diversas oficinas de criação literária, entre elas a coordenada pelo poeta venezuelano Armando Rojas Guardia. Entre os anos de 2013 a 2015 se dedicou às oficinas da Casa de las Letras Andrés Bello, promovendo cursos literários, de ortografia, redação e interpretação de textos. Estudia Diplomado en Gestión Cultural en Fundación Itaú.